El capital
(2009-2010, inédito)
All things are a flowing
Sage Heracleitus say;
But a tawdry cheapness
Shall outlast our days.
(Todas las cosas son un fluir,
El sabio Heráclito dijo,
Pero una cursi baratija
Sobrevivirá nuestros días.)
Ezra Pound
1.Ciudad
El capital
La muerte intempestiva de Tu Fu era debida
- en ejercicio de su dialéctica-
a la presión del capitalismo que desplaza
dos atmósferas por encima del volumen de su cuerpo.
Lo dijo menospreciando mi tendencia al hematoma,
la raíz de los sonidos como de muebles corridos
durante la madrugada en el piso de arriba
en la orilla del sueño - pero que, sabía, eran señales
de otros cuartos en ciudades hundidas -
... el volumen total de su cuerpo que abarca Ficino,
los arcos de medio punto, el semicírculo,
la proliferación de marinas, de ideogramas...
“Lo que quiera usted”, dijo.
“Pero le insisto: no debe dedicarse a la poesía
si no está dispuesto a recibir en su centro mental
el peso de la inflación de mercado
y del repliegue táctico que imbrica
guerras, la soledad de un hombre, las conjuras.”
El fallo
De Jesús, el tiempo - más limitado que el de Yavé -,
- el que sin embargo no había sido suficiente, pues
los contornos quedaron difuminados, debió
elegir un pueblo, sólo uno, y no caló
en él lo bastante -, rodeó, torneó, esmaltó
El amor; erigió cuanto con él pudo: la
iglesia faro, pero faro en una borrasca
cuyos límites no alumbra, precipitándose por eso
almas sin cesar en los torbellinos.
La lección hemos aprendido: no hay amor completo
sino etapas de construcción, paredes a medio encalar.
La gran inversión
La noche rimada por el canto de los grillos;
La mañana, pájaros entre los edificios;
benteveos, atolondrados gorriones.
Pájaros y grillos no son fraternos.
Unos devoran a los otros.
Y el universo está poblado
de rechinamientos,
crepitar en los confines.
Las mañanas devoran la noche
y la noche el ocaso traspasado
de místico resplandor:
La belleza en el mundo se sucede,
a interés constante,
una caja equilibrada de desastre y fulgor,
hervidero de insectos y de pájaros.
(...)
2.Infierno
Estación Finlandia
Libertad es la necesidad conocida, Engels
Y sobre la precisión, y sobre el armado de aquella relojería
que implicaba vidas en las leyes de la historia, el viento de octubre
rugía. Sabés, no era el nido de la cigüeña ni el jardín de los cerezos
sino su luz, la que, derrumbándose, provocaba el desapego,
otra alienación. Ni de fraguas rojas como el cielo
era el porvenir en los ojos de ciervo de los nuevos obreros.
No era lo que se perdía, no. No lo que se ganaba.
Era todo torvo, metafísico, de uno y de otro lado.
Y sobre aquella vastedad del clima al que se abandonaba todo,
tu dedo desde el camión blindado.
No era el jardín, era su luz;
no era el futuro, sino su hueco.
"¡Todo el poder a los sóviets!", tu dedo.
No ha lugar a semiclimas. Este es el momento,
mañana será tarde, ayer era temprano.
¿Alguno vio que ese momento sagrado de la historia
-lo que va del ayer al mañana- era cimbreante vértigo?
O algo distinto al vértigo. Un momento de nada. Hablando en rigor,
un momento ahistórico (ni los de arriba ni los de abajo pueden vivir como hasta ahora).
Ciego, entraste en el hueco, sin voces. Y tras de vos, el sóviet.
¿Qué sería ahora de la nueva asamblea? Una torsión en los siglos,
una extrema prescindencia, un cántico vacío, un oratorio, un canon.
A partir de vos, la historia fue irreal. En cierto modo -en un modo, en el único modo-,
dejó de ser historia. Fue de nuevo el páramo duro de la religión, no humano.
En tus secretas charlas con Hobbes, resolviste la partida de esta forma:
Si los dejamos librados a sus intereses, estos potros desnudos, hambre y fusil,
van a la organización, al gremio, a la palabra hecha objeto: salario, salario.
Nuestra luz, amasada en alguna comarca de la lógica, en un sitio atestado,
revelará el destino que calzaremos como un guante de acero.
No pudo con tu cerebro tu cuerpo tártaro. Paralizado, mudo, dictabas todavía cartas
al Comité Central.
Pero todo había cambiado ya: se organizaba lo rampante según el dictado
de una máquina de acero que era imposible parar.
En los parlamentos europeos se veían las caras, cara a cara,
pero en el sóviet había caras tan despejadas de engaño que apenas conservaban
el color del surco, la rojiza luz de los talleres.
Los hombres no fueron tratados ni como cosas: fueron tratados como ideas.
Y todo el partido, toda la historia, se convirtió en ideológico erial.
Todo fue irreal, y tragó sangre, madres, olores, el silencio sagrado del trabajo.
Coraje, Lenin. Borbotea de nuevo el alcantarillado de la historia.
Estos son hombres, estos son hombres, en las vacías ciudades nuevas.
Habemos hombres y chatarra. Hombres que saben de un modo confuso
de aquel intento de entender, en lucha cuerpo a cuerpo, de qué son objeto.
Millones quedaron allí, en el descampado sin historia, por entender la historia,
por cambiar la historia sin entenderla, por trascender lo vano y lo nuevo.
Millones, por ser en la luz infecunda del cielo.
Millones por vos, por tu dedo señalando lo más privado de historia,
lo nuevo privado de historia: el poder de los sóviets. La libertad.
Comedia. Infierno, 30
No es El Paraíso Perdido, que es solemne de aquí a la China
y no hay un diablo que se le mueva un pelo,
dijo Sologuren mientras ocupaba la banqueta de confesión
en un bar achaparrado sobre alguna colina:
esto lo soñé y me autoriza a hacer público y notorio
mi charla con Sologuren mientras caían mandriles blancos
o cosas parecidas sobre un ángulo tibetano de la ventana.
Sologuren chasqueó los dedos y farfulló y yo le indicaba
que siguiera hablando y él parecía alisar polvo entre el índice y el pulgar
y lo sacudí varias veces y Sologuren calló como una radio.
(...)
de Jorge Aulicino, poeta y traductor, argentino
Libro inédito "El Capital"
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