"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.
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lunes, 9 de julio de 2012

Migración de tristezas... de orlando van bredam...

                                                          (el qarashe Felix Díaz)



1


(...)

Somos acaso

una larga procesión de ropas muertas,
un confuso cortejo de lloviznas,
una lila intención de mariposas
desaladas por duros golpeteos.

Los míos,
sólo caparazones
de asombradísima piel interpusieron
entre la espada azul y entre la pólvora.
Apenas
una esgrima ingenua
una respuesta
de asustados peces o palomas.

Después,
vino el sometimiento
como una queja fría innumerable,
como una larga hilera de voces en cuclillas,
como un taciturno rebaño desprendido
del corazón ingrato de la tierra.

Era un diluvio
                    de penas, un terremoto
de viscosos lamentos,
de saladas túnicas con lágrimas
de humillados maizales,
de dolientes corzuelas maltratadas
que se deslizaron hasta el infinito.

Fue
como el regreso del planeta
que alteraba, así, sus traslaciones
y rotaba hasta los bordes de la historia,
hasta el fuego original,
hasta las fábulas
            que hablaban
de duras soledades y exterminio.

Pocos tobas quedamos en el Chaco
y bajo el cielo herido de Formosa.
Pocos,
que han vuelto a desandar la cestería,
que han vuelto a reconstruir
sus manos rotas
y han quemado en una hoguera de esperanzas
el ácido rencor que los gastaba.
Pocos,
que han vuelto al temblor amarillo del verano,
a las blancas travesías de los algodonales,
a los cristianos sombreros de esterillas,
a una estatuaria de barro,
a viejos ritos,
para ganar la moneda sudorosa,
el oscuro salario del destierro.

Mis paisanas inquieren las ciudades,
lucen sus largos senos polvorientos
de donde cuelgan los ojos repetidos
de la desnutrida inocencia de mi raza.
Sólo reciben
el vergonzoso pan de las mañanas
a cambio de unos pétalos sombríos,
de unos tibios manojos de marcela,
de yateí-caá,
de alucinadas
solicitudes en puertas desatentas.

Soy uno de los últimos tobas, una pregunta
que se revuelve mordiéndose el origen,
apagándose
               sin obtener respuesta,
sin conseguir la llama que nos salva.




2

Me voy
            agua en el agua
a limpiar mi tristeza.
(llueve  con entusiasmo,
            así no ha llovido nunca)

Siento un golpe en la penumbra
maliciosa del hambre
que despierta en los vientres
la insurrección dentada.

La ciudad es una huerta
                 enorme pero mezquina.
(unos comen de a cuatro
            otros no comen nada)
Entonces,
              cuando llueve
 con agudo entusiasmo,
con gotas despiadadas,
el rostro se me vuelve jaula de algarabías
y salgo a mirar la tarde con los ojos armados.

Yo siento en la cadencia
fundacional del agua
que dentro de mí se fundan
                                      todas las dentaduras.

(la lluvia lava el día,
desampara el agreste corazón del excluido,
nos quita de la mesa
                 el pan de los golpeados
y anega con su canto
                 la boca del caído)
Pero también germinan en la lluvia
los dientes.
Un diente y otros dientes
                 y son miles de dientes,
todo un país de dientes
                 sumergido en el agua.

Tal vez un día de estos,
nuestros qoms
cansados de rumiar
                    en silencio tanta agua,
de bostezar augurios
                    para tiempos mejores,
de saberse infelices,
                     filosos
                  y eficaces,
emerjan de la lluvia
                     enormes, torrenciales
dispuestos a morder,
                                  a morder,
                                                   a morder
a morder la injusticia
                       hasta que no quede nada.

(...)

Oficios

(...)
2

La propuesta del día:
           salgamos a cazar
           guazunchos limpios
           patos profundos
           garzas aventureras
           el ojo en el disparo
           y la acechanza
            constante
            minuciosa
            imperdonable
            para que cada impacto
            cada muerte
            haga caer así el minutero
             y el tiempo de la vida
             se detenga


3

Ese que ves ahí,
               ése que mira
               su cara que deshace la corriente;
               ése que limpia sus ojos
               y se le caen
                las cejas
                los párpados
                las retinas;
                 ése que duerme de pie
                 o que dormita
                 adentro de un cacharro o una botella,
                 es grave y azul y melancólico
                 y tiene la misma edad de la injusticia.




Orlando Van Bredam, entrerriano de nacimiento, y formoseño por adopción, vive en El Colorado, Formosa.

Fragmentos de "Migración de tristezas, a los Qom del Chaco Gualamba".



domingo, 8 de julio de 2012

"lista de espera"... orlando van bredam...




                                                          (imagen de Misha Gordin)





Gente que explora



Y conoce vastos continentes virtuales
donde los homínidos tallan el silex
y fabrican armas
y avanzan entre colosales helechos
y a veces desembocan
frente a la melancolía de una lámpara de aceite
veinte mil años antes de  Jesucristo
y la historia
es un reducto de imágenes galopantes,
un túnel vertiginoso donde vamos a tientas;
hay otra gente, en cambio,
que explora la cercanía de un aliento,
la dulce curvatura de una sábana,
el precipicio en que el deseo
se desbarranca repetidas veces
o queda al borde de la histeria;
hay otros que prefieren
husmear entre los vecinos
los restos de una contienda casera,
los motines que nadie se reparte,
y están también aquellos
que indagan los límites
de su propia desdicha
y sueñan con su propia muerte
                                    y la ejecutan.




2

Yo soy de los que explora
sin obtener noticias,
la dudosa sincronía de los actos humanos,
el discurso que sostiene el mundo
y hace y deshace con nosotros
sus tramas más secretas.

Aquí está la calle que elegimos
Entre todas las calles posibles,
aquí la boca que besamos
entre todas las bocas que pudimos besar.

¿Qué nos lleva a explorar?
Porque hay gente que explora en la música
la sospechosa armonía de los astros,
mientras otros exploran en la piedra,
en las pinceladas,
en la velocidad, acaso,
tanta
          tanta
                      tanta
                   descomedida soledad atómica.

El Colorado, 2002





Ruta con liebres

                                       
                                “he sido, tal vez, una rama de árbol,
                                  una sombra de pájaro,
                                  el reflejo de un río…”
                                                           Juan L.Ortiz

El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena de pozos y  cráteres
y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar el último oso hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.

La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa
                                     en plena noche.


2

Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)

 3

La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del rocío
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)


4

El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se deslizan
por el agujero del tiempo.

    Ruta 81, año 2002




(...)

Jóvenes que emigran



Y se llevan lo mejor y lo peor de nosotros:
la música silenciosa y cálida del mate viajando entre las manos,
una esquina hecha de suspiros, la red de un arco de domingo,
pero también, claro, nuestras más incoloras esperanzas, nuestro
pobre sentido de la patria.
 
Emigran y cuando lo hacen
nos emigran también en sus recuerdos,
somos los humillados del sur preparados para humillar a otros
más humillados.
Entonces uno saca la silla a la vereda y el mate lo vuelve melancólico,
son esas horas del atardecer en que nada muere del todo
pero tampoco nada nace,
esos instantes en que las fotos caen de las manos
porque ya no hay alegría posible
ante tantos rostros muertos saludándonos en colores
desde una nación de emigrantes.

Todo emigra, amor, todo emigra, amigos, todo emigra.
Dos grados bajo cero dice la radio y no se equivoca,
siempre estamos debajo de los ceros, arrinconados en una pesadilla.
No hay heroicidad para estos trapos.
Sólo una desconsolada forma de ángel nos saluda, a veces,
tristemente.
Emigran jóvenes y emigran con ellos las sábanas desordenadas
y un rock que suena de pronto y atormenta
nuestras más secretas cavilaciones.
Nada colma tanto como este vacío en el que no contamos,
en que sólo somos
esa indecisa forma que se debate
entre la rutina y la gloria.
A veces sólo cuenta la gloria de un poema que no llegamos a escribir
y que tampoco nos animamos a decir en voz alta
porque la poesía es siempre un acto de locura encubierta.
Emigran los jóvenes y emigran con ellos
Nuestras últimas ilusiones de eternidad posible.

    El Colorado, 2001



(...)




Accidentes

                                                “time works like acid”
                                                    Jim Morrison

No sólo en las curvas fatales
que enflaquecieron nuestra adolescencia
si no también en aquellas otras
como esta curva de la ruta tres (noventa grados
de perplejidad y espanto)
para ser después:
                            volteretas
                            polvareda
                            estrépito de gritos enjaulados
                            sangre
                            chatarra
y desde luego: noticia.

Extrañamente cercana
golpeará en la frente de nuestros conocidos.
En la foto del diario
la tragedia será aún más nítida
que en la realidad,
arrastrará en su embestida
todo el peso de accidentes similares,
toda la dureza de los estereotipos,
ni siquiera la leve
melancolía de las lluvias oxidantes
sobre el carter partido,
ni mucho menos
la tímida suavidad del moho creciendo en el tapizado.
Tampoco sentirá pena
por la rápida vejez de una pintura
elegida acaso
después de largas discusiones de sobremesa.
Tampoco, desde luego,
Registrará el frenético replan de la memoria
un instante después de nuestra curva final ,
aquella puerta que abrimos (también por accidente)
mientras una prima innominable
desnudaba sus últimos caprichos,
sonreía en el espejo que perdonaba la penumbra
y entrábamos en ella
para no volver a ser los mismos,
ni siquiera en los sueños.


Ahora
y en la hora
 de nuestra curva última,
un instante antes o un instante después,
comprenderemos que la vida siempre llama por encima de la muerte,
justo cuando doblamos
para perdernos
                        en las más funestas asociaciones.

Ruta 3, 2001


(...)





Lista de espera



Casi siempre la vida
es una lista de espera,
una suma que antecede a todo movimiento,
escuadrones de mujeres y hombres que aguardan
de pie junto al titilante borde de una esperanza
el fiel incumplimiento de los días,
la certeza de que nada será cierto,
la caricia involuntaria de la desdicha, la maquinaria triunfal
de sus batallas interiores,
la melancólica caspa que ha comenzado
a acumularse sobre los hombros
y también, por qué no, esa alegría lluviosa y descarada
que hemos sabido proteger de las esperas.


En esta lista de espera somos algo
que ha sido condenado ha ser seis números, dos letras y un teléfono
entre el Cielo y el Infierno,
acaso un corazón desheredado, un sístole y un diástole de arena.

Hay listas de espera
para viajar hacia el porvenir de nuestra infancia,
hacia esas tibias construcciones que hemos hecho
falsificando los recuerdos de los otros.

Hay listas de espera para volver a la casa
que nunca hemos tenido y que evocamos,
para asesinar y asesinarnos, para sentarnos en el umbral
de nuestras culpas
y ver pasar, solemne, nuestro propio cadáver.


El Colorado, 26 de mayo de 2001.





Orlando Van Bredam, enrerriano, reside en El Colorado, provincia de  Formosa.

Poemas de la serie "Lista de espera".

sábado, 11 de septiembre de 2010

orlando van bredam, escritor formoseño




esta entrevista fue publicada en el suplemento cultura y espectáculos de página 12, el lunes 30 de marzo de 2009.

mi necesidad de saber más sobre formosa hizo que la encontrara. formosa es mi patria interna. es el lugar de mis ancestros maternos, donde no viví nunca, pero la llevo dentro, y a ella recurro, muchas veces, para escribir.

van bredam es entrerriano de nacimiento y formoseño por adopción, y la nota fue titulada: entrevista a un escritor formoseño...

habla sobre los setenta, su necesidad de escribir, la docencia, sus alumnos, la masacre de quinientos pilagá por pedir comida, cerca de las lomitas, entre otros temas.
tengo que buscar sus libros...



Por Silvina Friera
A Orlando Van Bredam le gusta que le digan en broma que es un poeta entrerriano y un narrador formoseño. Más allá de las definiciones que limitan una obra a la arbitrariedad del lugar donde se nace o se vive, lo que importa es la manera de plantarse ante el mundo. Como narrador, hurga en el pasado y en el presente como quien juega con un palito en una herida, observa la realidad, se apropia de gestos, roba escenas, abre la oreja a las frases e historias que lo rodean y anota detalles que la vida cotidiana le entrega en bandeja. Pero también se nutre de los desechos del inconsciente, de esos materiales que “la mirada de pulpo de la memoria”, como decía Enrique Molina, recoge azarosamente.
Lector insomne y docente apasionado, hace del buen humor una escuela. Tiene dos nuevas novelas bajo el brazo: La música en que flotamos (Cuna editorial) y Rincón bomba (Librería De la Paz), ambas publicadas por editoriales chaqueñas. En la primera, un profesor de literatura jubilado, decide volver a su provincia natal para recuperar el primer amor de su adolescencia, una prima de la que no se pudo olvidar. Recluido en la habitación de un hospedaje de Villa Elisa (Entre Ríos), muy enfermo y debilitado por los síntomas que deterioran su salud, recuerda los poemas de Juan L. Ortiz, su encuentro con el mítico poeta, y los primeros deslumbramientos literarios; sueña con su padre, dueño de una carnicería con el que tuvo una tensa y conflictiva relación; evoca a su madre, propensa a pasarle el parte de difuntos del pueblo, a un amigo desaparecido durante la dictadura, a su prima y el encanto de los encuentros clandestinos; relee a Patricia Highsmith, subraya fragmentos del Libro del desasosiego, de Pessoa; revisa las anotaciones para su frustrada novela, Fragmentos del derrumbe, y repasa sus años como docente en Formosa.
Van Bredam explora lo que provoca el desgaste de los años y reflexiona sobre la vocación literaria en esta extraordinaria novela, finalista del Premio Clarín 2007. “Juan L. Ortiz o simplemente Juanele, como decimos familiarmente, es siempre un tema de conversación cuando se habla de poesía, tal vez hoy más que en los años setenta. Se habla menos de su poesía que de su leyenda. Siempre seduce a quien escribe la idea de vivir poéticamente, de comprometer no sólo la palabra sino también el cuerpo en esa actitud. Debo admitir que mi primer amor fue la poesía y que el influjo de Juanele y también de otros poetas entrerrianos como Carlos Mastronardi y Luis Alberto Ruiz aparecen en mis primeros versos”, cuenta el escritor en la entrevista con Página/12. “Nadie ha definido mejor la poesía que Juanele: ‘Sólo quiero decir/ la misteriosa música en que flotamos’. Le quité lo de ‘misteriosa’ para evitar que mi novela sea leída desde ese lugar y no desde la nostalgia, como finalmente fue la intención”, señala el escritor entrerriano de nacimiento, formoseño por adopción, que reside en El Colorado.
–El personaje de Juanele dice en uno de los capítulos de la novela: “Hay que dejar que la poesía se mueva en una intemperie sin fin, distraerse largamente del mundo, de las cotidianidades del mundo, para que ella le toque con su encantamiento”. ¿Se podría aplicar esta definición a la narrativa?
–Le hago decir a Juan L. frases que no dijo nunca pero que, según algunas entrevistas que he leído, hubiera podido decir. Licencias que me permito desde la ficción que no está obligada, como sabemos, a decir la verdad. En cuanto a si es posible aplicar este concepto a la narrativa, diría que en mi caso no. Aunque reconozco que hay narrativas que aspiran a ese estado de gracia, a ese encantamiento del que habla Ortiz. En la literatura no se puede generalizar, vivimos en un estado de hibridación genérica constante. Los géneros se auxilian unos a otros y se imbrican permanentemente en el discurso. No podría hablar de una narrativa pura, sino contaminada de innumerables formatos, que necesito y uso. En La música en que flotamos y en Rincón Bomba no dudé en incluir versos, prosas poéticas mías o ajenas, crónicas. Lo que cambia es la manera de plantarme ante el mundo. Mi poesía es hija del ensimismamiento, del pasado, de la nostalgia, y aspira a la síntesis, a contener en pocos versos todas las experiencias posibles. En cambio, mi narrativa es el resultado de la observación de la realidad, de poner oído a las historias que circulan a mi alrededor, de anotar detalles que la vida cotidiana me entrega. No puedo por este motivo distraerme del mundo como pedía Juanele.
–De la evocación del profesor, resulta muy interesante que recuerde que la más memorable de sus borracheras fue en abril de 1976, un mes después del golpe. Aunque el motivo fue por una mujer, ¿qué reflexión le merece este dolor íntimo y el dolor público del terror y las desapariciones?
–Suelo decir que escribí La música en que flotamos para no ir al psicoanalista (risas). Esa borrachera por una mujer es una experiencia personal que atribuyo después al protagonista de la novela como una manera de verme vivir en el otro y cerrar una herida. Confío muchísimo en el carácter terapéutico de la escritura. Es desde hace un tiempo, un método, no demasiado consciente, de hacer literatura con mis propios restos. Una forma de darle dirección y sentido a la memoria. ¿Para qué inventar? Con cincuenta y seis años se sabe bastante de la vida como para volver sobre ella y reescribirla. Obviamente, como sucede con los viejos, uno puede corregir esa memoria hasta volverla irreconocible. El golpe de 1976, que se llevó a varios amigos míos, era un tema inevitable, una herida generacional que había tratado tímidamente en dos o tres cuentos. Un desgarramiento de esa naturaleza apareció sin esfuerzo cuando evoqué a los hermanos de la pizzería, a través del olor de la pizza, proustianamente, olor que me acercó al dueño de la pizzería y éste a su hijo desaparecido. De una manera un tanto elíptica pero gráfica describí ese mundo espantoso y angustiante de la espera. Todo dolor, íntimo o público, es humano, lo sufre un sujeto o muchos sujetos y la literatura tiene que hacerse cargo de ellos. Solemos decir que la felicidad no tiene escritores, que a los poemas y a los relatos los pare la desdicha o el desengaño. Creo que escribir es un acto inconsciente de completar, arreglar o curar la realidad.
–En la novela aparece la tensión por el origen del protagonista que ha migrado de clase social y siente una especie de “vergüenza estética” por trabajar en la carnicería del padre. ¿Le pasó algo similar?
–Me hago cargo de todo o casi todo lo que le sucede al protagonista innominado de mi novela porque a mí me sucedió. Es una autobiografía encubierta, salvo el final y algunas obsesiones que no tuve ni tengo. Pero es verdad que me avergonzaba trabajar en la carnicería de mi padre, aunque me gustaba cobrar unos buenos pesos el fin de semana (risas). Como todo adolescente, había construido una imagen de mí que volvía irreconciliable un mundo, el del profesorado, con el otro, la carnicería. Hoy no lo percibo así; entre las cosas buenas que nos trajo la democracia figura la caída de muchos prejuicios, la lenta abolición de la hipocresía, tan común en aquellos años, y la desvalorización del trabajo intelectual que hace que un carnicero tenga más prestigio social en una comunidad pequeña como en la que vivo que un docente.
–A la par que el protagonista quiere encontrarse con su prima, también necesita recuperar la poesía de Neruda, Cuba, las manifestaciones en las calles, cierta esperanza que se respiraba en los años ’70. ¿Estaba en la intención inicial de la novela enlazar el plano amoroso y el político?
–Al comenzar a escribir la novela sólo tenía una frase: “La muerte es la mayor de todas las emociones, por eso se la reserva para el final”. No sabía qué seguía después. Si una novela policial o una historia de amor. Obviamente, el tono reflexivo y nostálgico fue imponiendo un tipo de trama determinada. Sobre la marcha, decidí enfatizar ciertas cuestiones personales pendientes: un amor inconcluso, una militancia, una vocación literaria, una relación difícil con mis padres, la docencia. Es decir, aquello que no dejaba de estar presente todos los días en el pensamiento y que debía ser clausurado. Cambié la escritura por el diván (risas).
–El profesor “detestaba el efectismo a que eran propensas las nuevas generaciones”. ¿Qué piensa Van Bredam sobre esta frase?
–En realidad, el protagonista innominado me hace una crítica a mí como autor de poesías, al desvelo con que trabajaba las palabras en mis primeros versos en busca de un efecto estético que impresionara al lector, aunque el contenido no revelara nada trascendente. En la juventud, uno se enamora de las palabras, prioriza el significante por encima del significado. Uno tiene un mar de palabras y un charquito de ideas. Con los años, me doy cuenta de que busco cada vez más tener un mar de ideas con un charquito de palabras. No sé si lo logro pero trabajo en esa dirección.
–Al profesor jubilado le gusta leer, enseñar y escribir, pero en esta tríada el problema parece ser la escritura. ¿Postergó la escritura por esas otras pasiones asociadas, leer y enseñar, que al mismo tiempo que son fundamentales en la formación de un escritor, muchas veces le restan tiempo?
–Siempre digo que leo por placer y escribo por necesidad. Una necesidad casi fisiológica. Enseñar es mi modo de no aislarme del mundo, de conectarme con la gente y también, muchas veces, de reflexionar en voz alta sobre los interrogantes del escritor, aunque la palabra escritor en mi caso la suelo usar muy poco. ¿Por qué? Bueno, porque mi escritura no tiene la frecuencia que supone debería tener quien así se presenta ante los otros. En Buenos Aires se puede ser escritor y en algunos casos vivir muy bien de esta actividad, pero en el interior tenemos que trabajar de lo más cercano a la escritura: la docencia. Disfruto cuando estoy en clase, cuando descubro un tímido interés en los ojos de mis alumnos. No busco que sean escritores, quiero que sean lectores. El mundo está lleno de hermosos libros que todavía no hemos leído. Me alegra descubrir lectores, mucho más que escritores. Quien lee se acerca al pensamiento de muchos, quien escribe, como en mi caso, sólo se escucha a sí mismo. No creo que la docencia o la lectura hayan postergado algún escrito mío que valiera la pena. Si algo de lo que escribo vale la pena es porque he sido un lector insomne y un docente apasionado.
El origen de su interés por Rincón Bomba (paraje cercano a la localidad de Las Lomitas donde tuvo lugar una de las represiones más sangrientas de nuestra historia, el asesinato de quinientos aborígenes, mayoritariamente pilagás, por reclamar comida y alimentos) está vinculado a la lectura de una ponencia sobre la matanza, escrita por las profesoras Marta Kaplán y Delia Riobóo. Van Bredam recuerda que eran unas pocas páginas en las que se relataba los sucesos de 1947. La matanza fue silenciada durante casi 60 años hasta que en 2005 la Fundación Pilagá hizo la denuncia ante el Juzgado Federal de Formosa. De la lectura de los expedientes y de otros aportes bibliográficos surgió la idea de escribir la novela. A los ochenta años, un suboficial retirado de gendarmería, arrepentido por las atrocidades que ha visto, decide hablar. “Uno se olvida de lo que hizo hace cinco minutos, pero el archivo de todo el pasado encima no se olvida jamás”, le dice el viejo a la estudiante de periodismo, la única persona que lo escucha sin pensar que está loco.
–En un momento el narrador hace un paralelismo con Cien años de soledad porque todos olvidan, todos sufren una amnesia colectiva y no recuerdan la masacre. ¿Por qué se vive como si estuviéramos permanentemente asediados por una epidemia del olvido?
–Esa pregunta sostiene la trama de la novela. No quise contar sólo la masacre, que aparece narrada con detalles en los expedientes de la denuncia, sino también narrar el olvido, el sospechoso olvido con que se cubrió el tema durante casi sesenta años. Para entender esto, hay que interpretar las condiciones políticas en que se llevó a cabo el despojo de tierras y exterminio de aborígenes en los territorios nacionales de Chaco y Formosa. Hay que conocer de qué modo operaron los futuros dueños de esas tierras con la complicidad del Estado de entonces. Hoy también vivimos asediados por el olvido. Antes, por la omisión del hecho. Ningún diario formoseño de esa época comentó la masacre de Rincón Bomba. Hoy es tanta la información verdadera y falsa que circula, tan lenta o inocua la Justicia, que al cabo de un determinado tiempo, algunos impresentables vuelven con la cara lavada y pocos recuerdan qué hicieron. Por eso es tan importante mantener activa la memoria.
–¿Cómo explica, parafraseando al personaje arrepentido, que todavía haya gente que se enoje si el Estado ayuda a un pobre desamparado, pero no pregunta nunca de dónde saca la plata el vecino que es cada vez más rico?
–Lo observo a diario, lo escucho cuando voy al banco o a la escuela. La clase media está hoy más preocupada por impugnar los planes sociales para desocupados y ancianos que en indagar cómo cierta gente se ha hecho tan rica de golpe en los últimos cuatro o cinco años. Nuestra clase media es rápida en aplaudir al “triunfador” y en condenar al desamparado.