1
(...)
Somos acaso
una larga procesión de ropas
muertas,
un confuso cortejo de lloviznas,
una lila intención de mariposas
desaladas por duros golpeteos.
Los míos,
sólo caparazones
de asombradísima piel interpusieron
entre la espada azul y entre la pólvora.
Apenas
una esgrima ingenua
una respuesta
de asustados peces o palomas.
Después,
vino el sometimiento
como una queja fría innumerable,
como una larga hilera de voces en
cuclillas,
como un taciturno rebaño
desprendido
del corazón ingrato de la tierra.
Era un diluvio
de penas, un terremoto
de viscosos lamentos,
de saladas túnicas con lágrimas
de humillados maizales,
de dolientes corzuelas maltratadas
que se deslizaron hasta el
infinito.
Fue
como el regreso del planeta
que alteraba, así, sus traslaciones
y rotaba hasta los bordes de la
historia,
hasta el fuego original,
hasta las fábulas
que
hablaban
de duras soledades y exterminio.
Pocos tobas quedamos en el Chaco
y bajo el cielo herido de Formosa.
Pocos,
que han vuelto a desandar la
cestería,
que han vuelto a reconstruir
sus manos rotas
y han quemado en una hoguera de
esperanzas
el ácido rencor que los gastaba.
Pocos,
que han vuelto al temblor amarillo
del verano,
a las blancas travesías de los
algodonales,
a los cristianos sombreros de
esterillas,
a una estatuaria de barro,
a viejos ritos,
para ganar la moneda sudorosa,
el oscuro salario del destierro.
Mis paisanas inquieren las
ciudades,
lucen sus largos senos polvorientos
de donde cuelgan los ojos repetidos
de la desnutrida inocencia de mi
raza.
Sólo reciben
el vergonzoso pan de las mañanas
a cambio de unos pétalos sombríos,
de unos tibios manojos de marcela,
de yateí-caá,
de alucinadas
solicitudes en puertas desatentas.
Soy uno de los últimos tobas, una
pregunta
que se revuelve mordiéndose el
origen,
apagándose
sin obtener respuesta,
sin conseguir la llama que nos
salva.
2
Me voy
agua en el agua
a limpiar mi tristeza.
(llueve con entusiasmo,
así no ha llovido nunca)
Siento un golpe en la penumbra
maliciosa del hambre
que despierta en los vientres
la insurrección dentada.
La ciudad es una huerta
enorme pero mezquina.
(unos comen de a cuatro
otros no comen nada)
Entonces,
cuando llueve
con agudo entusiasmo,
con gotas despiadadas,
el rostro se me vuelve jaula de
algarabías
y salgo a mirar la tarde con los
ojos armados.
Yo siento en la cadencia
fundacional del agua
que dentro de mí se fundan
todas las
dentaduras.
(la lluvia lava el día,
desampara el agreste corazón del
excluido,
nos quita de la mesa
el pan de los golpeados
y anega con su canto
la boca del caído)
Pero también germinan en la lluvia
los dientes.
Un diente y otros dientes
y son miles de dientes,
todo un país de dientes
sumergido en el agua.
Tal vez un día de estos,
nuestros qoms
cansados de rumiar
en silencio tanta agua,
de bostezar augurios
para tiempos mejores,
de saberse infelices,
filosos
y eficaces,
emerjan de la lluvia
enormes, torrenciales
dispuestos a morder,
a morder,
a morder
a morder la injusticia
hasta que no quede nada.
(...)
Oficios
(...)
2
La propuesta del día:
salgamos a cazar
guazunchos limpios
patos profundos
garzas aventureras
el ojo en el disparo
y la acechanza
constante
minuciosa
imperdonable
para que cada impacto
cada muerte
haga caer así el minutero
y el tiempo de la vida
se detenga
3
Ese que ves ahí,
ése que mira
su cara que deshace la
corriente;
ése que limpia sus ojos
y se le caen
las cejas
los párpados
las retinas;
ése que duerme de pie
o que dormita
adentro de un cacharro o una
botella,
es grave y azul y melancólico
y tiene la misma edad de la
injusticia.
Orlando Van Bredam, entrerriano de nacimiento, y formoseño por adopción, vive en El Colorado, Formosa.
Fragmentos de "Migración de tristezas, a los Qom del Chaco Gualamba".
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