Esta muerte me tomó desprevenida,
aunque yo sabía algo,
las cosas más allá.
Hablábamos tanto, querida, sin hablar.
Una barca donde cabían pequeños actos,
una mano atada a otra,
la marca diluyéndose sobre los tobillos
eternas cirugías contra el poniente,
el sol despierto de tus ojos.
Una barca regresaría
la hora señalada, día cualquiera en que puede
morir la lluvia,
llamar por teléfono a una amiga
que justo haya salido,
y dejes dicho, por favor comunicate quiero
saber de vos.
El agua nos rodeaba como islas
cuando huíamos a
pensar el mundo.
Las mujeres entedemos sobre niñas extintas
por golpes de olas de
hierro. Les quedan unas soldaduras
para abrocharse el cuerpo, a su propia historia.
Y estás en mí, con sabor a pez, con la crudeza del ancla.
A María Sara,
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