"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.
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martes, 15 de diciembre de 2015
miércoles, 16 de enero de 2013
todos qom, escribe eugenia cabral
TODOS QOM
El
sueño me pesa como
una moneda sobre los ojos, estoy dormido y la Luna debe ser esa moneda que ha venido a pagarme
con plata la vida que me acaban de quitar. El pájaro qom duerme a mi lado con
su retacito de bandera en el pico. A mi pájaro y a mí nos gustaba dormir al
sereno en las noches de verano y ahora es verano, por eso debe ser que el
pajarito y yo nos hemos dormido al sereno. Y estamos solos, ahora estamos solos,
hace un rato estábamos con nuestros papás y mamás y hermanos, todos qom, aquí,
en Formosa. Tenemos que estar así de juntos para que no nos despojen de las
tierras ni nos maten.
A mi pájaro y a mí
no nos gusta que nos maten, por eso dormimos juntos bajo la Luna. Y el tipo ese que me
ha golpeado el cráneo y la cara cree que nos ha matado pero estamos aquí,
durmiendo bajo la Luna.
-¡Imer! ¡Imer!
Haceme un lugarcito a tu lado.
-Escuchá, pajarito,
es Juan Daniel, a él también han creído que lo mataban.
-Vamos a dormir
todos juntos, Imer. Ya van a venir Sixto, Roberto, Lila, Celestina…
-Todos qom, todos
juntos.
-Imer, ¿escuchás a
esa mujer que llora, allá lejos?
-No llora, reclama,
implora. Ella quiere cubrir con tierra los restos de su hermano, darle
sepultura digna.
-Su hermano está
como nosotros, con la muerte al aire todavía, ¿no, Imer?
-El que llora es mi
pájaro, porque lo trataron de separar de mí, pero ya volverá a volar. Él solito
se va a desprender de mi piel y volverá a volar.
-Imer, la que grita
es una mujer que también anda con un pájaro.
Juan Daniel había
escuchado la voz arcaica de Antígona, “el dolor y la rabia de Antígona por
todos los rincones de América”, como dice Gustavo Restrepo.
Sixto, Roberto, Lila
y Celestina se van acercando desde sus respectivos sueños para unirse a Imer y
Juan Daniel. Ahora yacen todos juntos, derramando flores de sangre como rojas
flores de ceibo sobre la tierra.
Todos tobas, todos
pilagás, como cuerpos sin identidad, como cuerpos sin nombre ni rostro.
Todos mapuches,
todos kollas, como almas despiertas en cuerpos dormidos.
Todos ranqueles, todos
piaroas, durmiendo con sus muertes de ojos abiertos.
Todos wayúus, todos
tupíes, sin un puñado de tierra ni para echarlo sobre sus cadáveres.
Todos charrúas,
todos guaraníes, todos Timoteo Francia, el filósofo qom devastado por la tuberculosis
en 2008.
Poco a poco la Luna va dividiendo sus rayos
de plata en monedas, para cubrir los párpados de los difuntos igual que hacían
los antiguos griegos. Con esa moneda, el alma le pagaría a un barquero que los transportaría
al más allá. Y la Luna
quiere que estos hermanos qom suban a la canoa y naveguen a contracorriente,
Bermejo arriba, o Paraná abajo, ellos sabrán, pero que naveguen. Y troquela
muchas monedas de plata porque vienen llegando de todas las selvas, de todos
los Andes, de todas las llanuras.
-Todos son flores de
sangre con ojos de plata, dice la
Luna.
Pero son tantos los
hijos de las etnias americanas despojados de sus tierras y sus vidas que, al
final, la Luna
se ve obligada a quitarse sus propios ojos plateados y convertirlos en monedas para
poder dejarlas sobre los párpados cerrados. Durante la noche larga repartió
monedas de plata, hasta un ratito antes del amanecer, cuando se cubrió las
órbitas oculares con una cinta blanca de nubes, como si fuera la imagen de la Justicia.
jueves, 26 de julio de 2012
eugenia cabral en primera persona
PRIMERA
PERSONA
1.
Yo me habría acostado con Tiresias
-siendo consciente de su
androginia
y de la mía-,
exhibido con orgullo la
excentricidad,
a cambio de poseer un vidente
-iluminado en su interior,
como los templos-.
“– Para ello tendrías que
haber falsificado
un pasaporte griego, Eugenia,
haciéndote pasar por la prima
segunda
de Konstantin Kavafis.
Extranjera, lejana y extraña,
nadie hubiera osado
denigrarte...”.
2.
Reitero
(sin ánimo de escandalizar):
yo me habría acostado con Tiresias,
aquel adivino ciego con
pechos de mujer,
con tal de ser la esposa de
un sabio;
mas tropecé en los pectorales
y bíceps
de varones que acolchonaban
con músculos sus torsos,
cual mujeres
deportistas...
La contemplación de sus
miembros
agresivos, obtusos,
estuvo a punto de coartarme
el deseo.
Pero he amado
otras de sus virtudes:
la risa,
la voz congruente,
la combinación de seriedad y
desparpajo,
y esa como brava humildad
para protegerla a una cuando
la aman
y casi la comprenden.
3.
Silencio es la vara de almendro
con que palpo el temblor del
agua
bajo la escritura de la
tierra.
Silencio, no palabra. Ni
costura
de adjetivo púrpura con verbo
en gris
y sustantivos al tono, ni
masitas
teologales a la mesa del
racismo.
Ceno en la mesa que está al
fondo del bar
y acaricio el pie de los
ancianos
cuadraturado de hambre.
El resto es impío y lo
deploro.
(¿Dónde andará ése por el que
afiebro,
el de soltura inspirada en películas de Saura?)
Vengo quebrada en la cadera y
las piernas
como joya arqueológica
desenterrada,
todavía bella.
Y los muertos míos me aman
nostálgicamente.
4.
Oh libertad política de los sentidos.
La pupila de Dios se ha de
beber como aguardiente.
Oh senderos. ¿Alguien corrige
el plano?
Que lo haga de noche,
cuando todo sea bullente y
aislado.
Oh la poesía. Alta y redonda.
Larga y afinada, octogonal y
sensible.
Oh la flor hambrienta de
libertad.
Oh, así. Más lejos. Más
lejos.
5.
Llueve. Llueve. Llueve.
Llueve. Llueve.
Llueve.
Llueve. Llueve. Llueve.
El adagio de Albinoni
provoca llorar
de otra melancolía -análoga, pero tosca -.
Desconcentrada angustia de
cejas muy depiladas.
6.
Pero
llueve, llueve.
Pero llueve sobre el cráneo
de esta mujer que escribe
y no le importa cómo escribe.
Ella hubiera deseado
ser sutil y formalista,
no arrancar en esos tonos
a lo Almafuerte;
pero vuelve,
enfrenta sombras ominosas y
gruñidos
de electrodomésticos
anticuados
que la sobresaltan.
¡Y los gatos hacen mucho
ruido
sobre el techo de zinc!
7.
En el sueño, caía de bruces
ante los umbrales del
Paraíso.
La luz caía sobre las
escalinatas
como un naranjal podrido.
Ese era el color:
de naranjas marrones y
agrias.
Y los ángeles se habían
vuelto cínicos.
Soy mejor que ustedes,
les dije a los ángeles;
no vine aquí por comer
helados
ni hacerme con la verdad:
llegué hasta el Paraíso
buscando a mis hermanos.
De haber intuido que aquí
también
me hallaría sola,
habría telefoneado al taxi
el domingo, por la tarde,
y lo hubiese esperado
paladeando
un cuarteto de
Beethoven.
Eugenia Cabral, Córdoba.
Nota: el poema 3
obtuvo Tercer Premio de Poesía certamen internacional “Mujeres Silenciadas. Argentina Rubiera”, convocado por el
colectivo El Fresno de la Asociación Les
Filanderes, patrocinado por el ayuntamiento de Langreo (Asturias, España).
Mayo, 2010.
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