PRIMERA
PERSONA
1.
Yo me habría acostado con Tiresias
-siendo consciente de su
androginia
y de la mía-,
exhibido con orgullo la
excentricidad,
a cambio de poseer un vidente
-iluminado en su interior,
como los templos-.
“– Para ello tendrías que
haber falsificado
un pasaporte griego, Eugenia,
haciéndote pasar por la prima
segunda
de Konstantin Kavafis.
Extranjera, lejana y extraña,
nadie hubiera osado
denigrarte...”.
2.
Reitero
(sin ánimo de escandalizar):
yo me habría acostado con Tiresias,
aquel adivino ciego con
pechos de mujer,
con tal de ser la esposa de
un sabio;
mas tropecé en los pectorales
y bíceps
de varones que acolchonaban
con músculos sus torsos,
cual mujeres
deportistas...
La contemplación de sus
miembros
agresivos, obtusos,
estuvo a punto de coartarme
el deseo.
Pero he amado
otras de sus virtudes:
la risa,
la voz congruente,
la combinación de seriedad y
desparpajo,
y esa como brava humildad
para protegerla a una cuando
la aman
y casi la comprenden.
3.
Silencio es la vara de almendro
con que palpo el temblor del
agua
bajo la escritura de la
tierra.
Silencio, no palabra. Ni
costura
de adjetivo púrpura con verbo
en gris
y sustantivos al tono, ni
masitas
teologales a la mesa del
racismo.
Ceno en la mesa que está al
fondo del bar
y acaricio el pie de los
ancianos
cuadraturado de hambre.
El resto es impío y lo
deploro.
(¿Dónde andará ése por el que
afiebro,
el de soltura inspirada en películas de Saura?)
Vengo quebrada en la cadera y
las piernas
como joya arqueológica
desenterrada,
todavía bella.
Y los muertos míos me aman
nostálgicamente.
4.
Oh libertad política de los sentidos.
La pupila de Dios se ha de
beber como aguardiente.
Oh senderos. ¿Alguien corrige
el plano?
Que lo haga de noche,
cuando todo sea bullente y
aislado.
Oh la poesía. Alta y redonda.
Larga y afinada, octogonal y
sensible.
Oh la flor hambrienta de
libertad.
Oh, así. Más lejos. Más
lejos.
5.
Llueve. Llueve. Llueve.
Llueve. Llueve.
Llueve.
Llueve. Llueve. Llueve.
El adagio de Albinoni
provoca llorar
de otra melancolía -análoga, pero tosca -.
Desconcentrada angustia de
cejas muy depiladas.
6.
Pero
llueve, llueve.
Pero llueve sobre el cráneo
de esta mujer que escribe
y no le importa cómo escribe.
Ella hubiera deseado
ser sutil y formalista,
no arrancar en esos tonos
a lo Almafuerte;
pero vuelve,
enfrenta sombras ominosas y
gruñidos
de electrodomésticos
anticuados
que la sobresaltan.
¡Y los gatos hacen mucho
ruido
sobre el techo de zinc!
7.
En el sueño, caía de bruces
ante los umbrales del
Paraíso.
La luz caía sobre las
escalinatas
como un naranjal podrido.
Ese era el color:
de naranjas marrones y
agrias.
Y los ángeles se habían
vuelto cínicos.
Soy mejor que ustedes,
les dije a los ángeles;
no vine aquí por comer
helados
ni hacerme con la verdad:
llegué hasta el Paraíso
buscando a mis hermanos.
De haber intuido que aquí
también
me hallaría sola,
habría telefoneado al taxi
el domingo, por la tarde,
y lo hubiese esperado
paladeando
un cuarteto de
Beethoven.
Eugenia Cabral, Córdoba.
Nota: el poema 3
obtuvo Tercer Premio de Poesía certamen internacional “Mujeres Silenciadas. Argentina Rubiera”, convocado por el
colectivo El Fresno de la Asociación Les
Filanderes, patrocinado por el ayuntamiento de Langreo (Asturias, España).
Mayo, 2010.
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