(imagen de Misha Gordin)
Gente que explora
Y
conoce vastos continentes virtuales
donde
los homínidos tallan el silex
y
fabrican armas
y
avanzan entre colosales helechos
y a
veces desembocan
frente
a la melancolía de una lámpara de aceite
veinte
mil años antes de Jesucristo
y la
historia
es
un reducto de imágenes galopantes,
un
túnel vertiginoso donde vamos a tientas;
hay
otra gente, en cambio,
que
explora la cercanía de un aliento,
la
dulce curvatura de una sábana,
el
precipicio en que el deseo
se
desbarranca repetidas veces
o
queda al borde de la histeria;
hay
otros que prefieren
husmear
entre los vecinos
los
restos de una contienda casera,
los
motines que nadie se reparte,
y están
también aquellos
que
indagan los límites
de
su propia desdicha
y
sueñan con su propia muerte
y la
ejecutan.
2
Yo
soy de los que explora
sin
obtener noticias,
la
dudosa sincronía de los actos humanos,
el
discurso que sostiene el mundo
y
hace y deshace con nosotros
sus
tramas más secretas.
Aquí
está la calle que elegimos
Entre
todas las calles posibles,
aquí
la boca que besamos
entre
todas las bocas que pudimos besar.
¿Qué
nos lleva a explorar?
Porque
hay gente que explora en la música
la
sospechosa armonía de los astros,
mientras
otros exploran en la piedra,
en
las pinceladas,
en
la velocidad, acaso,
tanta
tanta
tanta
descomedida soledad atómica.
El
Colorado, 2002
Ruta con liebres
“he sido,
tal vez, una rama de árbol,
una sombra de
pájaro,
el reflejo de un río…”
Juan L.Ortiz
El
auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como
si fuéramos los únicos habitantes del universo
que
se deshace
detrás
de la luz de nuestros faros
y se
rearma una y otra vez
con
la misma celeridad de las liebres.
Así
vamos y venimos
por
esta ruta llena de pozos y cráteres
y el
tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a
veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos
visto brotar el último oso hormiguero,
el
recuerdo instantáneo de un tapir
que
se empecina en ser. Vamos
como
quien va a tientas con un bisturí
en
una sala de operaciones
y
sabe que la bala
puede
deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.
La
vida cruje a nuestro alrededor
y siembra
también anillos de silencio
que
podemos escuchar
como
una música escandalosa
en plena
noche.
2
Ahora
han salido las liebres,
primero
dudan en el umbral de la ruta
y
después se cruzan decididas,
embrujadas
por esa luz extraterrestre,
por
esos retazos de fosforescencia
que
incendian el lugar
y
desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que
cuelgan sus rotosas vestiduras
en
un puente blanco)
3
La
luz inventa la ruta
y
los caballos que pastan ahí cerca,
inventa
los hormigueros gigantes
y
desde luego,
también
inventa este planeta, esta estepa sideral
(la
ternura del rocío
que
se desliza sobre el capot,
la
música de una FM que pregunta
en
medio de la noche
si
dudamos sobre la existencia de Dios
y
nos invita a dar un aleluya)
4
El
auto sigue su marcha.
Ya
no sabemos si vamos o venimos,
de
dónde y hacia dónde,
ya
no reconocemos origen ni destino,
sólo
somos nuestro propio viaje,
condenados
a una huida quieta
mientras
el auto y las liebres se deslizan
por el
agujero del tiempo.
Ruta 81, año 2002
(...)
Jóvenes
que emigran
Y se
llevan lo mejor y lo peor de nosotros:
la
música silenciosa y cálida del mate viajando entre las manos,
una
esquina hecha de suspiros, la red de un arco de domingo,
pero
también, claro, nuestras más incoloras esperanzas, nuestro
pobre
sentido de la patria.
Emigran
y cuando lo hacen
nos
emigran también en sus recuerdos,
somos
los humillados del sur preparados para humillar a otros
más
humillados.
Entonces
uno saca la silla a la vereda y el mate lo vuelve melancólico,
son
esas horas del atardecer en que nada muere del todo
pero
tampoco nada nace,
esos
instantes en que las fotos caen de las manos
porque
ya no hay alegría posible
ante
tantos rostros muertos saludándonos en colores
desde
una nación de emigrantes.
Todo
emigra, amor, todo emigra, amigos, todo emigra.
Dos
grados bajo cero dice la radio y no se equivoca,
siempre
estamos debajo de los ceros, arrinconados en una pesadilla.
No
hay heroicidad para estos trapos.
Sólo
una desconsolada forma de ángel nos saluda, a veces,
tristemente.
Emigran
jóvenes y emigran con ellos las sábanas desordenadas
y un
rock que suena de pronto y atormenta
nuestras
más secretas cavilaciones.
Nada
colma tanto como este vacío en el que no contamos,
en
que sólo somos
esa
indecisa forma que se debate
entre
la rutina y la gloria.
A
veces sólo cuenta la gloria de un poema que no llegamos a escribir
y
que tampoco nos animamos a decir en voz alta
porque
la poesía es siempre un acto de locura encubierta.
Emigran
los jóvenes y emigran con ellos
Nuestras
últimas ilusiones de eternidad posible.
El Colorado, 2001
(...)
Accidentes
“time works like acid”
Jim Morrison
No
sólo en las curvas fatales
que
enflaquecieron nuestra adolescencia
si
no también en aquellas otras
como
esta curva de la ruta tres (noventa grados
de
perplejidad y espanto)
para
ser después:
volteretas
polvareda
estrépito de gritos
enjaulados
sangre
chatarra
y
desde luego: noticia.
Extrañamente
cercana
golpeará
en la frente de nuestros conocidos.
En
la foto del diario
la
tragedia será aún más nítida
que
en la realidad,
arrastrará
en su embestida
todo
el peso de accidentes similares,
toda
la dureza de los estereotipos,
ni
siquiera la leve
melancolía
de las lluvias oxidantes
sobre
el carter partido,
ni
mucho menos
la
tímida suavidad del moho creciendo en el tapizado.
Tampoco
sentirá pena
por
la rápida vejez de una pintura
elegida
acaso
después
de largas discusiones de sobremesa.
Tampoco,
desde luego,
Registrará
el frenético replan de la memoria
un
instante después de nuestra curva final ,
aquella
puerta que abrimos (también por accidente)
mientras
una prima innominable
desnudaba
sus últimos caprichos,
sonreía
en el espejo que perdonaba la penumbra
y
entrábamos en ella
para
no volver a ser los mismos,
ni
siquiera en los sueños.
Ahora
y en
la hora
de nuestra curva última,
un
instante antes o un instante después,
comprenderemos
que la vida siempre llama por encima de la muerte,
justo
cuando doblamos
para
perdernos
en las más funestas
asociaciones.
Ruta
3, 2001
(...)
Lista de espera
Casi siempre la vida
es una lista de espera,
una suma que antecede a todo movimiento,
escuadrones de mujeres y hombres que aguardan
de pie junto al titilante borde de una esperanza
el fiel incumplimiento de los días,
la certeza de que nada será cierto,
la caricia involuntaria de la desdicha, la maquinaria
triunfal
de sus batallas interiores,
la melancólica caspa que ha comenzado
a acumularse sobre los hombros
y también, por qué no, esa alegría lluviosa y descarada
que hemos sabido proteger de las esperas.
En esta lista de espera somos algo
que ha sido condenado ha ser seis números, dos letras y un
teléfono
entre el Cielo y el Infierno,
acaso un corazón desheredado, un sístole y un diástole de
arena.
Hay listas de espera
para viajar hacia el porvenir de nuestra infancia,
hacia esas tibias construcciones que hemos hecho
falsificando los recuerdos de los otros.
Hay listas de espera para volver a la casa
que nunca hemos tenido y que evocamos,
para asesinar y asesinarnos, para sentarnos en el umbral
de nuestras culpas
y ver pasar, solemne, nuestro propio cadáver.
El Colorado, 26 de mayo de 2001.
Orlando Van Bredam, enrerriano, reside en El Colorado, provincia de Formosa.
Poemas de la serie "Lista de espera".
es un revelado puro, sin interferencias de visiones turbias ni más o menos opacas: poesía de la revelación transparente de la verdad. si lo lee orlando, enhorabuena para él. y a vos cata, gracias por traerlo.
ResponderEliminary vos que no sos cualquier lectora, gaby poeta. orlando va a leer.
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