"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.
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sábado, 28 de noviembre de 2015

domingo, 8 de abril de 2012

prólogo escrito por el poeta daniel battilana, de "territorios", ediciones del dock...






El espesor intacto
… mientras el cuerpo nos susurra la vida emocional de las palabras. D.B.

La forma en que habita la mente el lenguaje no es igual a como habita la mente la imagen; el lenguaje es psiquismo, un alimento que habitamos. Y con esto digo al revés de la creencia que considera al lenguaje un habitante de la mente, el intruso en la mente es la imagen. Del poema humano (la naturaleza es un poema analfabeto) emana un psiquismo, es la copia de un complejo anímico, un campo susceptible a las deformaciones, al disfrute de las etimologías del mundo, de las etimologías del cuerpo de lo vincular que demora o precipita. Yo no querría fallar en el vislumbre de este cuerpo que me ofrecen como territorio, sólo sé torpezas mías para un lector llegado antes o después a esta notita, que él mismo ofrezca sus ejemplos y refute y valide, todos nos recompensamos de tu acto creativo, muy creativo. Este libro es una epístola, es ese campo que excita en forma solidaria a otro cuerpo, un territorio de bordes romos que se narra. Este no será un territorio para entrar, no, es uno para recibir; a los cuerpos no se entra ni se sale. Más que en las experiencias reales que gestan Territorios, yo me fijaría con cuidado en las experiencias inconclusas que lo excitan. Excitar es aquí el destino de un cristal que reposa vibrando, es su razón.
Sepamos que algo me hace recordar a esa mitológica certeza de cuando el hombre Tzomtecomatl (cabeza) y la mujer Tzompachtli (cabellos de cierta hierba) vivían faltos de cuerpo, y entonces él metiendo la lengua en la boca de la mujer hace que ella engendre un cuerpo completo, hace que ella restaure lo posible de un cuerpo que lo puede todo, una nave de tiempo con un corazón replicante, un corazón entusiasta. Nace así el único artefacto donde naufragamos en un siempre posible, el cuerpo. Me gusta pensar aquí al cuerpo; el libro me deja, como una botella en un mensaje; la viceversa de esta idea es suponer que alguien ha arrojado desde nuestro nacimiento una botella a la deriva en un cuerpo-mensaje, ¿Quién lee este cuerpo? ¿Alguien también se arroja entres las botellas para el nacimiento del amor?
Para la poesía –decía Giovanni Páscoli- la juventud no basta; se requiere la infancia. Del contacto entre estas esencias formalmente confusas, lo circunstancial de la edad y el recuerdo de sus voces, conservamos una matriz de deseo, deseo de escritura, deseo de forma; siento que este libro está escrito por la niña más madura de sí misma que es posible ser, ella ha puesto a la mujer que es. En un estado de “duda útil” y con un constante tono, se alude con todas las alusiones epigamáticas propias de su género; pero este género la desnuda, no le falsea una bandera; no existe aquí algo de ese género que acuartela para reñir desde la ambigüedad. Gran acumulación de lo reciente olvidado; gran control del sentido hace que en general quede la emoción segregada al hiato de las interrupciones formales, buscadas. Sí, el suyo es un sistema de hiato, del más culto hiato, fruto de algo que Boccardo sabe que no quiere esté presente en su poesía, lo extrae; veo lo que quita, hay que leer lo que no se escribe, se impone escuchar. Hay siempre algo inmaterial en los mensajes y es lo que se mueve de nosotros. La emoción nos necesita inadecuados y deformables de otro modo no nos reconoce, no me refiero a un lenguaje deformado pues ya lo es cualquier cosa que imite al cuerpo, sino a dejarse deformar lo invisible por lo invisible del poema.
Si para honestarse, ella ha puesto en peligro lo secreto, bienvenido este honestarse tan bien escrito. Escribir quizá nos miente una permanencia. Catalina ahora sí, con tu permiso, quiero escribir algunas exageraciones: tu poesía trialoga con la voluntad, con el sentido y con el deseo, los tres pilares de la existencia (hay un cuarto, lo omito ahora); su desesperación acude a una crestomatía de útiles momentos (yo sé que asustan estas palabras), vos no necesitaste de las defensas que impone lo lírico, de sus restricciones ociosas. Tu libro es un retiro que simula la pausa de un cantar y para esta sugestión tengo esta analogía de encuentros: en maya carne se dice BAK´ y en sánscrito palabra como fenómeno se dice vac, esta es la palabra que habita el cuerpo, y se distingue de ҫabda que es la palabra ya en su estado sonoro, la palabra mientras se la pronuncia. No trato de comparar términos aquí, sino de unir, de coadunarlos para regalarte algo, quizá para confirmarte, sin fingidas simplezas, que es verdad: carne y palabra son lo mismo. La palabra propone un alma para el cuerpo y ese cuerpo producido (poiemata) es realidad sujeta al hacer (poiein) ¿El hacer de la intuición?
Sé que lograste no explicar ni saber nada de espesores y, por el mérito de la preocupación humana que antecede al poema, consumaste sí, algo especial: mostrar que la poesía no proviene siempre de lo mismo; y dejo para mí la solitaria función de ver rezumar al verbo tal como es, el más potente de nuestros adjetivos, el único capaz de sustantivar al ser intacto.
Elegir, como ha elegido Catalina Boccardo, este libro y esa carta es en realidad un acmé en su planteo y en su título, y no es poca esta palabra que dedico a sus motivos. Es un acmé el tuyo completo.

Daniel Battilana, Haedo, octubre 2011

la poeta clara vasco escribió este prólogo para "el jardín santo"...




Viaje al jardín


La indagación como motor de vida, el asombro ante la vastedad del mundo, el buceo en las aguas del ser. Catalina va en la noche encendiendo e incendiando hasta abrir camino y discernir. En este viaje por los cuatro elementos ella es su propio blanco y lanza flechas por curiosidad, para ver adónde caen. Ella nombra y renombra las cosas, las deshoja y las vuelve a reunir de un modo totalmente propio que la describe y nos describe: “cielo opresivo/mar dado vuelta/cáscaras de mariposa”.

En “Jardín Santo”, la lengua juega y habla desde todas sus acepciones. El cuerpo es lenguaje que se transita como un mapa, como una multitud de presencias animadas. El cuerpo es verbo. Existen también el lenguaje secreto, y el lenguaje solitario de la infancia. De “muñecas sin voz” hasta la mujer que expresa con voz clara y certera. A pesar de “la lengua domesticada”, hay un yo con sentimiento de pertenencia al universo, cercano al “sentimiento oceánico” que expone Freud en El malestar de la cultura. En este jardín la autora convive con una variada y simbólica cantidad de seres, donde “todos los pequeños corren riesgo”. Humanos, animales, flores, frutas, insectos, trenzados en combate y hermandad.

Catalina cruza incesante los límites del propio cuerpo y lenguaje, para consubstanciarse con otras materias y elementos. Consubstanciación que llega a la fusión íntima “savia como sangre”, “engullí un pez frío”.

La lucha es entre el dominio que reprime, y la libertad para el cuerpo que habla. El extremo de las palabras que “dicen basta/o no dicen”. Un cuerpo que desborda vida y rompe los límites de la piel, de las sentencias, de los fallos del silencio. Es el cuerpo que ata y el que libera, casa de la ternura o del poder.

En cada una de las cuatro partes del libro se juegan con distinta intensidad los elementos. La unión con la naturaleza es primordialmente sensual. Es un viaje que atraviesa el fuego la ceniza, el agua, el aire y el barro. En “Monte” y “Jardín Santo” estalla la influencia de la provincia de formosa, paisaje de esteros y bañados, insectos, víboras, yacarés y aves, con los que convivió la autora en su infancia. En “Bitácora”, libro de viajes, a la naturaleza se unen la calle, la ciudad, los personajes urbanos. Pero siguen allí las aves a las que ella les habla como amigas.

En “Nómadas” se desgranan el diálogo interior y el discurso amoroso. Cazadora y presa en la noche inaprensible del amor, la voz poética viaja nómade por la “tierra partida”. El deseo, la precariedad del instinto, lo furtivo.

No quedan fuera de este libro la reflexión sobre el tiempo, la herencia afectiva, lo que rodea, y lo que es núcleo. Todo es materia de asombro y pregunta, a través de una escritura que es por momentos fotográfica, sintética, muy austera en el uso de verbos y artículos, lo cual la hace misteriosa, simbólica. Y la sensualidad, que recorre cada verso y nos despierta.

Dalias rojas y profundas, sueños de transparencia, continentes como nidos. Fundida con los seres vivos, Catalina pertenece al todo, al mundo. Desde allí cobra sentido la existencia.



Clara Vasco

prólogo escrito por la poeta marisa negri. "el jardín santo", ediciones en danza.




El jardín santo


“Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después por fin, más tarde, quizás se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias…” dice Rainer Maria Rilke y es tal vez esa tarea la que asume Catalina Boccardo en este libro que posee el tamiz de lo vivido, de las innumerables lecturas y del trabajo con cada vocablo como una joya oscura y preciosa que nunca termina de pulirse.
En la ventanilla de un tren ella se abanica; el viaje es un juego de espejos; por fuera los castillos holandeses o los promesantes a la difunta correa y por dentro crece un jardín celeste que venera a los muertos, las voces que nos han precedido.
La mujer es también todas las mujeres; la niña de las dalias, la madre que lleva un cántaro, la novia que espera lo que no llegará o la anciana de siesta frágil. Y una hebra invisible las reúne en el mismo tapiz.
Boccardo afina el lápiz y el ojo; indaga en Holanda:
hice lo mismo que todos harían / amar lo desconocido / caer en lo desconocido
Tienen sus textos la levedad de un paisaje en movimiento, que siempre cambia y siempre es el mismo. Podemos ver a la madre levantando la cosecha o a la niña que traga hojas de malvón y a la vez sabemos que no podemos detenernos, pues una mirada de viajero nos lleva de un sitio a otro, entre los mundos que se despliegan en su palabra.
Lo visto insiste en el poema, las películas de Kim Ki Duk, los brumosos paisajes de Veermer o las canciones de Leonard Cohen componen el escenario en donde acontecen viajes y diálogos con la sombra.
Hay en la mitología nórdica un árbol primordial, el Igdrassil, cuyas raíces se adentran en la tierra representando el pasado y sus ramas se agitan en el cielo proyectando el futuro, ésta pareciera ser la tarea de El jardín santo; ahondar la huella de lo ancestral en la memoria,
negras semillas a la luz / el cuerpo hinchado de flores
pero no sólo como elegía sino para reconocerse y elevar los nuevos brotes hacia el futuro.


Marisa Negri

lunes, 27 de febrero de 2012

fragmento del prólogo del poeta daniel battilana, para "territorios"...





"(...) Sepamos que algo me hace recordar a esa mitológica certeza de cuando el hombre Tzomtecomatl (cabeza) y la mujer Tzompachtli (cabellos de cierta hierba) vivían faltos de cuerpo, y entonces él metiendo la lengua en la boca de la mujer hace que ella engendre un cuerpo completo, hace que ella restaure lo posible de un cuerpo que lo puede todo, una nave de tiempo con un corazón replicante, un corazón entusiasta. Nace así el único artefacto donde naufragamos en un siempre posible, el cuerpo. Me gusta pensar aquí al cuerpo; el libro me deja, como una botella en un mensaje; la viceversa de esta idea es suponer que alguien ha arrojado desde nuestro nacimiento una botella a la deriva en un cuerpo-mensaje, ¿Quién lee este cuerpo? ¿Alguien también se arroja entre las botellas para el nacimiento del amor? (...)"

Fragmento del prólogo del poeta Daniel Battilana, al libro "territorios", editorial del dock, 2012.

martes, 13 de septiembre de 2011

ensayo epilogal de carmen vasco fernandez moreno


Una consideración de Luis Benítez

por Carmen Vasco Fernández Moreno


Luis Benítez nació en Buenos Aires en 1956. Ha publicado en Argentina y en otros países como México, Chile, Uruguay, España, Estados Unidos y Venezuela. Principalmente se dedica a la poesía, con nueve libros publicados, y su obra también cuenta con ensayos y novelas. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, en Nueva York, Estados Unidos, y de la Sociedad Internacional de Escritores, Estados Unidos, entre otras organizaciones internacionales. Colabora en diversas revistas de poesía de Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, Austria y Bélgica, entre las de otros países. Recibió numerosos premios, como el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poétes, en París, 1991; el Premio Bienal de Poesía Argentina, Buenos Aires, 1992; el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción, Uruguay, 1996; el Primo Premio Tusculorum di Poesia, Italia, 1996;
el Primer Premio de Novela Letras de Oro, Buenos Aires, 2003, y el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino”, México, 2008. Diversos autores han escrito ensayos sobre su obra.

En esta selección de sus poemas, Luis Benítez nos presenta diversos temas a los que se acerca desde un lugar preciado y original: su cosmovisión. Percibir la existencia de un cosmos que contiene a los seres y las cosas es un tesoro poco común. El poeta es una parte de ese mundo, y es desde allí, a través de sus poemas, donde se encuentra con otros seres, observa su esencia, se descubre poeta, reconoce a sus congéneres, ama, se admira ante lo sublime, considera la muerte, y celebra el milagro de la vida.

El cosmos y los seres que lo habitan son, por momentos, uno y el mismo, como una gota de agua y las olas son uno con el océano. Mientras que esa fusión existe, el poeta se identifica como individuo y ve las otras existencias; no está sólo. Ser parte del cosmos implica que hay otros a los que observa y con los que se relaciona.

Luis celebra la vida en este universo, la propia y la de sus pares. El egocentrismo y la auto-referencia no lo han ganado; está en el todo y con sus prójimos, sean personas o animales. Es muy interesante reparar en la relación que entre ellos se establece. Lejos de darle lugar al poder, entre el poeta y los otros la relación es de igualdad. De esta forma, en la mayoría de sus poemas Luis Benítez no es el protagonista, no dice en primera persona; protagonistas son los que están a su alrededor. Vale la pena notar que los describe con una especial mirada: no son seres heroicos ni les da la investidura de maravillas lindantes con dioses que despiertan nuestra fascinación, sino que nos hermana con aquellos que nombra. Son bellos por estar; su mera existencia es lo que importa en el universo, y es su triunfo. Paralelamente, su relación con elementos de otras índoles, como el acto creativo, tampoco le da poder sobre los demás.

En este universo Luis Benítez expresa su noción del tiempo. El pasado y presente por momentos se fusionan, y otras líneas divisorias también se desdibujan para encontrarse en una persona, animal o cosa. Por cada ser pasan el ahora, el pasado, la humanidad.

Para abordar estos aspectos un poco más de cerca, veamos qué tienen en común los poemas sobre animales de Luis Benítez y los de otros poetas.

En Un Insecto en Enero, el insecto condensa el paso del tiempo, que se transforma en un presente en el que pasado y futuro pierden sus distintivos rasgos; por las delicadas membranas del insecto pasan tanto el hombre que lo mira en este momento como los dinosaurios y las copas de los árboles de eras pasadas. Todo esto sucede en torno a la victoria del insecto por existir. Estos versos manifiestan que Luis Benítez considera que ser parte del universo es el triunfo: “allí donde refleja el todo otro vasto mundo/que también le pertenece/ su victoria de un silencio seguro como todas las cosas”

El hombre y el insecto tienen cada uno su propio ser, y el poeta sitúa ambas existencias en un mismo plano valor, considerándolas desde una perspectiva horizontal; le da al insecto el contexto del cosmos y le otorga delicadeza: “apenas diferente del aire en su elemental dibujo”. Esta imagen en que une casi por completo al insecto volador con el aire revela la devoción de Luis por acercarse cuanto le sea posible a la esencia de su prójimo.

Tal es la voz de Luis Benítez; en su decir no hay palabras para el poder, sino un camino que se recorre entre pares. A su vez, tiende con su mirada un puente hacia el otro, a quien llega muy de cerca. Es, sin duda, una voz genuinamente propia.

Ted Hughes se sitúa de forma muy diferente en su excelente poema El Pensamiento-Zorro. Aquí el poeta crea al zorro y al poema simultáneamente, tomando al zorro para dar vida a su creación, y privando al zorro de su existencia al terminar los versos; lo que importa es que “la página está impresa”. El zorro no tiene independencia del poeta, quien lo hace suyo para poder crear. Lejos de este zorro, los animales de Luis Benítez están más cerca de los de DH Lawrence; aunque en Serpiente, la serpiente resulta ser muerta por el poeta, finalmente retorna a su mundo*; en El Elefante se Aparea Lentamente, los elefantes disfrutan por sí mismos del amor y de su forma de ser; el poeta los mira con admiración y respeto. En Luis Benítez la admiración no es expresada con exaltación; su mirada es más bien cercana y certera.

Raymond Carver comparte el espíritu con el que escribe Luis Benítez. En su poema Mi Cuervo, Carver toma partido por lo opuesto a los seres que son objetos de poesía por ser extraordinarios o heroicos; el cuervo de Carver es simplemente un bello cuervo que vio a través de su ventana, no como los cuervos de otros autores que menciona en el poema. Carver no sólo defiende la vida por sí misma, sin sus posibles glorias; en Tu Perro Muere, le resta valor a que el poeta se constituya en torno al efecto de su poder de creador. En Luis Benítez se lee que no busca el efecto que produzca su poesía; se manifiesta su humildad.

En Una Garza en Buenos Aires, Luis nos dice: “Algún pincel trazó una rápida letra S/delgada y blanca/sobre el agua castaña y allí estaba/de improviso la garza”. Estos versos presentan tres aspectos de la poesía de Luis Benítez. Por un lado, que algún pincel la haya trazado nos remite a que Luis no se arroga la creación de la garza, sino que la observa como ya existente. Por otro lado, se revela nuevamente su precisa percepción de la forma de ser del prójimo, que es aquí el ave. La forma de “S” es tal vez lo más propio y distintivo de una garza ante nuestros ojos. También su cosmovisión cobra fuerza; ¿qué es, si no, el agua del estanque donde está la garza, un ojal abierto que abrochó en un solo momento/toda la ropa vestida por el invierno, qué sino el espacio y el tiempo unidos en el espejo de agua?

En este poema aparece otro tema de la poética de Luis Benítez: la celebración de la vida: el agua, el logrado equilibrio de la garza, que en tanto es logrado, es perenne, eterno en el ahora de nuestras vidas, como el instante en que Luis ve la garza que le imprime la señal hacia el poema en el que le rinde homenaje.

Ahondando en su habilidad para describir rasgos nítidos de quienes comparten el mundo con él, es claro que Luis Benítez observa íntimamente su cotidianeidad. En el poema La Ingenua el título nos da una clave: la mujer del poema es ingenua porque algo de su propia esencia se le escapa. Ella es, para sí, la vida que ha logrado, sus elecciones, su historia; Luis percibe todo esto, que sin duda hace al ser. Sin embargo, hay algo que trasciende los hechos tangibles de la vida y es comúnmente inasible. El poeta sabe que esto sucede, pero no decide qué es lo que a ella se le escapa, porque no la crea ni es su dueño, sino que la observa y comprende con precisión y calidez. Ese observar es en sí un acto amoroso.

Con esta mirada cercana, en Cuando no se Espera el poeta despierta a lo que busca y entonces celebra la vida y la poesía, aquello que nos da un color propio, la siempre nuestra cancioncilla del poema. Una vez más, el tiempo cede en lo cronológico, acercando el nacimiento al inmediato ahora. El poeta nos llama la atención a que lo que creemos inhallable está ante nosotros: Cuando no se espera/Surge de los labios sola y sin ayuda esa antigua melodía. Para dejar la búsqueda racional que nos separa de lo que deseamos es necesario salir de la individualidad propia y conectarse con el todo.
De otra forma, DH Lawrence en su poema The Uprooted se dedicó al mismo tema, tomando el sentimiento de soledad como un síntoma que nos impide conectarnos con el universo: people who complain of loneliness must have lost something, /lost some living connection with the cosmos, out of themselves. No es este sentimiento en especial el que aqueja a Luis; para él, por momentos, tener discernimiento es una carga difícil de sobrellevar. En César Vallejo, se hermana con su par hombre y poeta, declarando cuánto le pesa su cuerpo de hombre adulto; el adulto discierne – en contraposición con el niño, como lo dice en el poema. Ese peso, afuera de sí mismo, o de su conciencia, y en el cosmos, no existe. En línea con los malestares del poeta, en La Yegua de la Noche se cierne sobre él lo que él no fue, lo que amó y murió; sólo puede percibir el rasgo efímero de su arte y la vida. En El Cotillón de la Tinieblas, nos habla de lo inútil, lo amenazante, la incomunicación, y alude a la incomunicación propia de quien habita las ciudades: “alguien nos observa desde un lejano edificio, / exactamente cuando vemos sin oírlo/que nos está diciendo algo”.

Más allá de sus pesares, en la poesía de Luis Benítez la alegría de vivir ocupa un espacio mayor; es fuerte la intensidad con que le canta a la vida. Tal es el motivo de Esta Mañana escribí Dos Poemas y El Observado, poemas en los que define su rol en el cosmos; en El Observado nos dice: “sí, una vertiginosa sensación de mundo,/inmune al invierno o al zumbido del verano, acompañó la tarde”; con estas palabras celebra su papel: el del poeta; y luego “mío es el peso, la longitud y el ancho de las cosas”; él existe para comprender lo tangible y mensurable. A él lo ha observado el cosmos para que fuera poeta, y su labor de creador lo hace trascender su tristeza o alegría. En esta Mañana Escribí Dos Poemas, ser poeta es su única forma posible de vivir. Mediante la creación, modifica en algo al mundo, y ante el acto creador se maravilla; no sabe a ciencia cierta a qué responde este fenómeno. El prójimo, una vez más, se hace presente: hay otros poetas como él en alguna parte, además de que todo ser humano crea: para Luis, cientos de personas han donado los versos. La creación es en comunión. El tiempo es un hilo que ha unido este mundo con sus seres.

La Tómbola de los Mundos nos acerca su júbilo por el milagro de la vida; casi se pueden sentir los ojos del niño que descubre la belleza de lo inexplicable; aquí, las semillas sobrevivientes y el poeta disfrutan a la par de haber sido elegidos por la fortuna para la vida.
En El Extravagante Viajero Río Arriba, un luciente salmón lucha por su vida, inmerso en su hábitat condenado por el ser humano. El pez desea seguir viviendo a toda costa. Este poema tiene su correlato en Por Quitarle a la Muerte su Soberbia, en el que el poeta batalla como el salmón; siente que únicamente un amor poderoso iguala a todos en la tarea de vivir. Su quehacer como poeta es generado por ese amor, el talismán contra la muerte. Esa fuerza amorosa que impulsa a los seres a la vida es sublime.

Lo sublime es también el tema de Conversaciones: el origen del universo, que desconocemos, y lo maravilla; la luz de la vida que resulta de ese origen; el último alarido que dará la luz antes de que la muerte todo lo oscurezca. Esto es para Luis lo sublime; lo inconmensurable y desconocido.

La celebración de la vida y lo sublime lo acercan a la poesía de Dylan Thomas, poeta que Luis Benítez reconoce como uno de los que influyó significativamente en su obra, y lo aleja, a mi parecer, de TS Elliot, otra de sus influencias. Dylan Thomas dijo sobre sus propios poemas, "con todas sus tosquedades, dudas, y confusiones, son escritos por amor al hombre y en alabanza de Dios." Para Luis, lo sublime es aquello que los seres humanos no podemos explicarnos, lo que nos excede y surge ante nosotros como un milagro. Lo celebra tanto como a la vida del hombre. Su visión de lo sublime se alinea con su poética: se trata de lo que está afuera de él y de su comprensión; se siente humilde ante ello, y se admira.

Sublime puede también ser la obra del ser humano; tal es el tema del poema Deja que Hable Ezra Pound, en el que el autor homenajeado realiza al acto poético de forma tan excelsa que su resultado va más allá de lo que logra la mayoría.

Además, en este poema Luis Benítez expresa que toma partido por aquello que cree incuestionable. Describe la poesía de Ezra Pound como una delgada línea de agua que no adorna sino que llega a lo visceral; la comunión entre la fina línea de agua y las vísceras vivas donde corre la sangre real, nos brinda un hallazgo poético de Luis Benítez, con el que ofrenda a quien considera artífice de la creación más plena. Para el autor, Ezra Pound entra a lo hondo, a lo real del ser y al ponerlo sobre el papel, lo hace palpitar. Se trata del verdadero artista, no el que ornamenta, sino el que da la vida. Este poema está relacionado con De lo que Huye; allí Luis retrata a aquél que, ingenuamente, cree saber qué es la poesía, queriendo en vano asirla y explicarla.

En el cosmos de Luis Benítez hay un lugar para hablar sobre el encuentro con sus semejantes, y también con la muerte.

En El Forastero expresa que en el marco de la relación entre los seres humanos, el otro, el que no es uno, es siempre un extraño. La presencia de ese extraño de algún modo nos perturba, pero eso no atenúa la riqueza que nos brinda; genera una conmoción en el camino que recorremos, y a la vez, lo pavimenta. El carácter del encuentro con el otro es ligero en tanto el tiempo es un continuum mucho más abarcativo que el momento en que ese encuentro se produce. Los seres humanos solamente tenemos el devenir; en ese devenir, las relaciones entre las personas traman una parte del cosmos. Al final del camino está la muerte, representada con estas palabras: Cuando todo se quede Él dirá que ha llegado. En el quedarse, dejar de moverse el ser, la muerte no adopta la característica de la tragedia; además, “quedarse” es también, en español, permanecer. Aparece, entonces, Dios, que ha llegado. Luis Benítez retrata la muerte con verbos que indican la quietud y la permanencia, por un lado y la llegada, por otro. Se trata de una concepción de la muerte que carece de la pátina de lo terrible.

En estos versos de Los Leopardos describe la ágil destreza de esos animales y su encuentro con los seres humanos: “los leopardos emigrados a las copas de los árboles/son unas etéreas y fatales sombras”; el encuentro entre ellos y nosotros, que nos lleva a la muerte, también está descargado de horror; alude a la muerte como “la alegre nada”. Vamos allí de la mano de los leopardos mediante los delgados corredores que la comunican con el mundo. Esos corredores que hilvanan al mundo con la nada inscriben a la muerte dentro del cosmos; lo mismo sucede en el poema Del Útero a la Tumba un Sueño te Llevará, en cuyo último verso, “sólo una muesca en un reloj enorme”, indica que la vida y muerte del ser humano son parte del todo.

Así, Benítez pavimenta un sendero por donde se llega al espacio de la muerte. En Conversaciones, La Gran Noche nos devora, es total y contundente. Por eso, como Dylan Thomas en Do Not Go Gentle Into That Good Night, Luis Benítez propone darle batalla. La batalla consiste en el hacer, iluminado por el amor absoluto que mueve a la creación toda, del que nos habla en Por Quitarle a la Muerte su Soberbia. En su hacer como poeta le da batalla a la muerte, más que por temor, por amor a la vida.

En sus poemas de amor, Luis Benítez también se sitúa en el cosmos. En La Cambiante está perplejo, es conciente de que no sabe qué hacer, que no comprende, pero sí sabe que está “en el bosque del mundo”. Otro aspecto de su relación con la mujer se presenta en La Ingenua, poema que ya he mencionado en cuanto a la contemplación del otro en su esencia como ser humano. Lo que Decía el Poeta pinta el amor idealizado que se aparta de la lucha diaria, del paso del tiempo, de todos y del todo: Otra guerra hay que la del pan/otra embriaguez que la del vino/otra tierra hay en esta tierra:/Eterna es nuestra primavera.

La vida cotidiana de la pareja se refleja en En el Cantero Arrasado por el Frío Resistía, junto al indefectible paso del tiempo y la apretada vida de la ciudad y su dolor. El contrapeso es un grillo, que como un extranjero en ese mundo representa el incesante deseo que todo lo ilumina con su canto. Ese deseo, esa resistencia, detiene la repetición de la rutina, incluso detiene el tiempo cuando por un momento nos detenemos a escucharlo.

Además del amor entre hombre y mujer, Luis Benítez nos manifiesta el amor a sus congéneres. Tal vez El Pescador de Perlas sea el poema dedicado especialmente a este tema, aunque allí se combinan varios aspectos sobre los que el poeta reflexiona. Luis Benítez refleja la incertidumbre que domina la existencia del ser humano, a pesar de la que descubre, entre otras cosas, la posibilidad de dar algo valioso. Se unen el aquí y el allá, la orilla y el espeso mar donde vivimos en el presente, y en el que probablemente estaremos en la muerte. “Esta tarde y parte de la noche/volví a sumergirme en el espeso mar/ donde flotamos los seres y las cosas”. El poeta se sumerge en la aventura de la vida; sus hallazgos son sus prójimos y lo que puede ofrecerles: el tesoro de las perlas.

El decir del poeta brilla en los últimos versos, porque le da voz a su aprendizaje personal: “Pero cuando quise volver/no vi a ningún hombre en la orilla./No vi orilla. Todo era mar./Esos que temen la orilla/no saben que caminan en el mar”. No tenemos el consuelo de la existencia de una orilla que, aunque temida, que nos protege. Es hombre y poeta, y ha comprendido su situación en el mundo.


*The Thought Fox and the Poetry of Ted Hughes”, de Richard Webster. The Critical Quarterly, 1984.