Catalina Boccardo juega con
las imágenes.
En sus versos usa un lenguaje de fotogramas que unidos revelan una poesía muy
depurada, donde casi no hay verbos. Por momentos el ritmo es lento y se detiene en los objetos, y otras se vuelve vertiginoso, al cambiar los escenarios y los tiempos.
Viajamos por Formosa, San Juan, Venado Tuerto, Rosario, Holanda.
La niña de las dalias parece crecer de golpe, convertirse en mujer con una misión, desenterrar las viejas raíces de su jardín.
Pero no está sola, hay tías, abuelas, una madre que la lleva por senderos de malvones y que bien podrían verse representadas por el cuadro de las Tres Edades de la Mujer de Gustav Klimt. Y detrás, un fondo oscuro, que no se muestra, pero que late detrás de las palabras elegidas con cuidado, y también de silencios, nunca al azar, como susurros que caen con más verdades.
En el Jardín Santo las palabras enmarcan al objetivo, y allí se dispara la foto. La sucesión es la historia.
En sus versos usa un lenguaje de fotogramas que unidos revelan una poesía muy
depurada, donde casi no hay verbos. Por momentos el ritmo es lento y se detiene en los objetos, y otras se vuelve vertiginoso, al cambiar los escenarios y los tiempos.
Viajamos por Formosa, San Juan, Venado Tuerto, Rosario, Holanda.
La niña de las dalias parece crecer de golpe, convertirse en mujer con una misión, desenterrar las viejas raíces de su jardín.
Pero no está sola, hay tías, abuelas, una madre que la lleva por senderos de malvones y que bien podrían verse representadas por el cuadro de las Tres Edades de la Mujer de Gustav Klimt. Y detrás, un fondo oscuro, que no se muestra, pero que late detrás de las palabras elegidas con cuidado, y también de silencios, nunca al azar, como susurros que caen con más verdades.
En el Jardín Santo las palabras enmarcan al objetivo, y allí se dispara la foto. La sucesión es la historia.
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