Carta
de despedida de un enamorado
Nada hay Amor. Nada. Ni
brazos emergiendo de los bosques con dedos inclinados. Nada Amor mío. Ya nadie
recuesta el Alma sobre aquel árbol que se curva sobre Agua pura y abundante.
Nada hay Amor. Los cuerpos buscan un espacio donde correr de una punta a otra
sin acabar como hormigas nerviosas dentro de un vaso. Unos sonidos de tijeras
anuncian la levedad. ¿Quiénes se aman? ¿Podemos sentir el roce de sus labios
como el Ala de una avispa? ¿Cómo Amar sin sentirse frente a un espejo
construyendo un rostro? Nada Amor. Ni el ademán de leer las huellas de los
rostros grabados en la almohada. Las manos pueden cerrarse y conservar un eco
para luego liberarlo en un cuarto de baño. Todos somos ojos de una misma
cabeza. Nada hay Amor. Puede verse con claridad cuando intentas en mitad de la Noche rehacer nuestros
fantasmas famélicos y heridos. Suavemente el Cielo cambia sobre nuestras
cabezas y nos hace danzar frenéticos sobre nuestros pies de toros y decir: nada
hay Amor, sólo sea nuestro desvalido apego por matar y devorar la presa.
Día
de extrema oscuridad en las manos del
vidente. El vidente enrojeció. Dejó caer su Labio sobre trozos de tierra seca.
Algo de Amor capturó su Ojo. Como en toda derrota está nítido lo no hecho, lo
que no fue tomado. El cielo despojó de acción al viento. Las aves llegaron con
sus picos quebrados hasta la laguna. Era el comienzo del desierto. El inicio de
la pesadez. El vacío es el peor amo para las sienes. El hombre, como especie
aspira, a que todo torne a su sitio. Pero es evidente: lo desaparecido
transforma. Lo nuevo, minuto a minuto, acentuará lo vago. Un día, con la
obsesión de huir, lo nuevo, lo desaparecido y el desierto nos convertirán en
hábito y nadie más sabrá de nosotros.
¡Oh
el Amor
es espléndido cuando lo vemos pasearse
en el Cuerpo de otro!
Las
manos finas de la muerte acarician nuestros botones.
El
sol crea las sombras cuando cierra un Ojo.
La
esperanza espera del hombre lo que ella no sabe hacer.
Por
no tener las manos unidas,
ambos enamorados tomaron la decisión de
combatir lo avaro, lo miserable oculto bajo las uñas. Pensaron en una hoguera
de hebras, de leños atizados con éter. Partir lejos del terco revés de cada
trama, del cruel león que luego de rugir, se convierte en avispa. Ambos
enamorados retornan al servicio de sus propias fantasías y miedos. Fantasean
con un tren que los conduzca de Patagonia a Alejandría. ¿A los humanos? Una
profunda Indiferencia. Tardes en que el Cuerpo olvida y construye, con su
angustia y su orgullo, un falso reposo.
La
mirada da vueltas como rueda en el
Cielo.
Refleja
un rostro de dragón. Los sentidos se extienden brumosos sobre la tierra,
uniendo Luz a la niebla, ternura a un Alma encantada.
Mirada
ávida de atrapados y fluidos. Cuando el Ojo piensa en alguien, de inmediato
está detrás. La espalda del hombre es la única capaz de Ver con certeza el
verdadero Amor. Al girar toda Ilusión se esfuma. Entonces el hombre, como un
débil, busca obtener sus fuerzas en las ramas.
Es
aconsejable cuando se está solo, retener la idea del pájaro con piel de ciervo.
Retener el enredo de creer que se está vivo con fines inciertos. Atrapar al
Amor: seda deshecha en innumerables diluvios. Trastos viejos asustando viejos
pájaros. Peces con rostro de oleaje. Locos creyendo que Dios puso sus ojos en
ellos y los atrapó.
Pero
sin llegar a ser ni tembloroso ni desdichado, se debe hurtar un poco de asombro
a los santos.
Obligando
a reinar la idea del Amor en quienes regresan sin llevar sobre ellos lo que han
ido a buscar.
Abandonados.
Con
una imagen desventurada. Imaginando una respiración en lo alto de la
cúpula. Hueso arruinado. Sin delicadeza ni dolor. Serios en la mesada de un
bar. Creyendo en la Boca
como poderosa rompiente, sutil seda, escalofrío de bailarina que regala un sudor de trapecio. Los
abandonados comprenden que la
Boca es solo cristal que corta otra Boca. El Aire ingenuo del
Amor se conserva, tal vez, en alguna foto. Amanece. Los Amantes quieren tomar
al otro por la garganta y matarlo. No es sudor ni flujo, ni semen lo que mancha
las sábanas, es el aserrín de los esqueletos. Los amantes están lejos de ser
los que veían al sol sentados en el borde de una copa. Cuando el Amar y no Amar
hurgaba con una serpiente petrificada en las cenizas.
Plegaria
y Talismán
para conservar el Amor. Un Amor bajo los
árboles que va de Tierra yerta a espuma rica. Amor de bebedores. El encuentro y
la pérdida. Los escapados del libro de los condenados llegan en burbuja desde
sus locuras. Los amados nadan en escalofríos. Plegaria y Talismán para
conservar el Amor. Enloquecer en flotantes arrebatos. Luna en busca de cuerpos
seguros de asir cada desprendimiento. estrella de un solo Ojo en espera de que la Noche busque en el centro
del Cielo una fisura donde refugiarse.
Sólo cuenta la visión, la Palabra
y su idea de exilio. Torcer el brazo al único sentido. Partir para añadir.
Besar con todos los poderes que nos fueron otorgados. Optar por la Belleza porque sólo hay
que tomarse el trabajo de rechazar. Ser sombra de lobo. Mano abierta que expone
un Ojo sin pulpa. Esperar que lo colmado en el mundo nos abra los brazos.
Meditar y soñar. Lo que has amado es sombra dos veces.
No hay nada de lo que
has perdido que no vuelva a Ser.
El
invierno vació la ciudad y dejó sus rasgos.
Enfrió las paredes hasta llegar al centro de la casa. A los árboles les impuso
Silencio, les impuso Indiferencia. A los niños los agolpó en los sótanos y los
plegó. Dios no regresará hasta el verano. Las manos acercarán al invierno una
tensa duda. En cada esquina hay un disfraz abandonado. La calle a merced de las
Ocas. Los papeles ruedan hasta las bocas de tormenta y cubren a la muchacha
escondida. La niña tímida y solitaria hará transcurrir su invierno sobre un
gato como si se tratara de un ataúd abierto. Desde fuera: la vaguedad, los
lagartos pálidos, las ramas secas; la felpa, todo como una cuestión pendiente.
Un ingenuo en el centro del Camino cierra los ojos, saca la lengua, que es
tomada por los mosquitos. El invierno le regala al hombre un Beso de labios
blancos. El Corazón del ingenuo entiende que el partir más intenso lo posee
quien espera.
Del libro Mundo Natural
Samuel Bossini, nacido en Santiago del Estero en 1957, vive en C.A.B.A.. Publicó con el seudónimo de Pablo Narral los libros: El sonido y la furia, Para
una fiesta nocturna y Oscura Tierra. Dirigió la revista Caballo de lata y coodirigió El jabalí desde su
fundación hasta el año 2001. Integró el Consejo de Redacción de Último Reino.
Desde 2001 hasta la actualidad dirige Malvario revista de literatura y arte.
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