"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.

lunes, 7 de enero de 2013

la sal de la locura en la poesía de fredy yezzed






EL OTOÑO REVIENTA su nariz sangrante una y otra vez contra los muros. El ave que bebe agua en el fondo de mi alma desea salir. Perseguir la duración de la noche. Ir al teatro solo con la excusa de que me gusta ir solo al teatro. Observar una mujer que lee sin saber qué lee. Ver un anciano sobrevivir al aire.

El otoño viene a fornicar con sus gatos muy cerca de la piedra que rueda.


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¿TE HA PASADO ALGUNA VEZ QUE ESTÁS SOLO en alguna banca del parque y de repente ves sobre la palma de tu mano una hormiga que camina? Deprisa, de un lado para otro, entre las estrías, oculta en el cuenco. La observas como diciéndole: “Por allí no, tonta”. El animal se detiene en la mitad del mapa, mueve sus antenitas y prueba el sabor de la sal de tus dedos. Pero resulta también que de sus diminutas cosquillas sale una música que te taladra por allá adentro el hombre insignificante que eres. Canción de psicosis. Una tecla de máquina larga y monótona, siempre la misma, y de fondo el millar de patas de la hormiga tocando ese nervio como una aguja. “Perdida, estás perdida”, le susurras, y le soplas indicándole el camino. Pero ella insiste en acompañarte, en su grandísima existencia te habla del cascabel de las hojas, de la larga travesía al fruto de un álamo; de aquella vez en la que casi muere ahogada en una gota de agua. Se mueve de un lado a otro en el laberinto de tu mano, sutilmente te enseña los recuerdos que se te han dibujado sobre ella. Entonces le confiesas que esa arruga profunda te la inventó una mujer en la que confiaste, que el millar de avenidas que se cruzan desde tus uñas a las falanges son esta ciudad de cosas invisibles, que aquella cicatriz es el recuerdo de las estaciones. La hormiga traza en su hilo invisible el rostro de alguien conocido, de alguien al que crees recordar pero no recuerdas; tienes su nombre en la punta de la lengua y aún así es difuso. Nunca te enteras de que era tu rostro. Pasa imperceptible todo, sólo queda grabado en el agua clara de tus pensamientos esa mañana fría. Te llevas eso y mucho más a los túneles. Vas por los pasillos. A la hormiga le has dado una segunda oportunidad sobre la corteza de un tronco. En el fondo también deseas una segunda oportunidad.
¿Te ha pasado alguna vez que para enfrentar este vacío comienzas a hablar con una hormiga en la mitad de la nada?


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EL ÚNICO QUE ME SALVABA DE LA NÁUSEA era El cíclope vegetariano, como él mismo se hacía llamar. Un gigante con cara de niño que se la pasaba todo el día leyendo filosofía y tragando hojas de repollo o mordiendo una zanahoria o dando vueltas a una semilla de palta en su enorme boca.
En las tardes, cuando sentía que la ventana de la noche se cerraba, me acercaba a él. Entonces El cíclope vegetariano, sin voltear a mirarme, comenzaba a leer en voz alta. Las palabras “caos”, “sujeto”, “dialéctica” sonaban luminosas en esa voz de cien hombres ahogándose. Pero resulta que en medio de la lectura comenzaba a llorar por su único ojo unas lágrimas tan grandes como un poema al dolor.
Fue en una de esas tardes cuando le pregunté qué era toda esa masa de cosas que leía… Dijo que la filosofía era una hermosa novela de amor inconclusa. Yo reía mientras él suspiraba en su cueva solitaria. Dijo algo con la palabra “fragmentación” que no entendí y mascó una cebolla redonda.
Cómo perdió su ojo El cíclope vegetariano siempre fue un misterio. Lo recuerdo en su banco de madera con los pies descalzos. El día en que partí del hospital definitivamente le dije que estaba bien. Sonrió y dijo casi susurrando: “Nadie que exista está bien”, y siguió leyendo. Esperé a que me dijera algo sobre el Tiempo, pero nada ocurrió. Me voy, dije, para siempre. Llévate unas hojas de lechuga para el camino, respondió.


Del libro la sal de la locura, Buenos Aires, 2010


Fredy Yezzed nació en Bogotá, Colombia, en 1979. Es escritor y viajero.

Su primer libro de poesía, La sal de la locura, fue distinguido en Argentina por los jurados Javier Adúriz, María del Carmen Colombo y Jorge Boccanera con el Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández 2010 publicado en Buenos Aires ese mismo año.
Como investigador literario escribió el estudio Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano que publicó la Editorial de la Universidad de Antioquia (Medellín, 2010).
Ha obtenido además los siguientes reconocimientos: XII Premio Nacional Universitario de Cuento, Universidad Externado de Colombia, 2001; Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, 2003; Premio Nacional Poesía Capital, Casa de Poesía Silva, 2005, y XXVII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento, Universidad Metropolitana de Barranquilla, 2006.
Es licenciado en Lenguas Modernas de la Universidad de La Salle y profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente adelanta el doctorado en Letras en la Universidad de Buenos Aires, donde estudia las raíces del poema en prosa argentino Lugones, Guiraldes, Girondo.
Después de un viaje de seis meses por Suramérica, se radicó en Buenos Aires, Argentina.
El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein es su segundo libro de poesía publicado, pero antecede en su génesis a La sal de la locura


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