"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Fotografía movida de Spíndola y su jerez volcado, por tani mellado




Jorge Spíndola es un poeta que asedia las cadencias de la oralidad y sus contrapunteos, flujos e interrupciones. Tiene su poesía, además, un dinamismo polifónico proveniente de las distintas voces de una mundaneidad cotidiana y honda. Quizás por esto su poesía se actualiza intensamente en sus lecturas, cuando se desgrana la voz, gotita a gota, como el agua de un río mientras llueve, vuelta sonido inseminado, burbuja que corre y resoplido. Dos o tres veces lo he escuchado leer Jerez volcado, partes de este poemario publicado en 2009, por la editorial El suri porfiado. Sus versos, en el aire, pero también en las páginas, son las nervaduras de las hojas de un árbol que camina y se emborracha memorioso de la experiencia y sus ecos. Las dos veces que lo oí estaba en Comodoro Rivadavia, una ciudad patagónica con varias ciudades superpuestas, itinerarios discontinuos y un cerro en el medio de variopintas desmemorias.

Jorge Spíndola es nacido en La Paloma, en un barrio de aquella ciudad que subterráneamente crece en sus poemas. Las estrellas de ese otro cielo miran desde abajo y centellean en el barrio y la infancia, aquella otra patria tan convocada en este libro. También desde abajo viene al amor que tiembla y habla una lengua rasgada, hecha de telas impares e idénticas al mismo tiempo.

Pero el Spíndola de este Jerez volcado ha volcado también de alguna forma, no como un auto desplomado en un mal ángulo, no como la lava que desciende impiadosa. El poeta ha volcado como un vino tinto espeso que no se precipita ni compensa otra sed sino que se curva para desprenderse de la horizontalidad. En Calles laterales, pero también en su anterior libro, Matame si no te sirvo, Spíndola nos devolvía la posibilidad de recorridos y trayectorias poco frecuentados, marginales, laterales. En sus poemas aparecían hombres y mujeres cuyos rostros y cuerpos no salían en las fotos y retratos celebratorios o conmemorativos de la historia oficial que toda ciudad y región tiene. En sus textos emergían zonas poco iluminadas por las bombillas eléctricas de la modernidad y sus grandes mitos. Sus textos andaban por la superficie como reptiles memoriosos a la sombra de la barbarie, su paisaje y lengua.

Pero, ahora que ha volcado, el poeta se derrama y lo que cae ya no viene con fuerza desde afuera. Ya no corre la mancha del verso por la superficie del mantel. El vino que se cae, este Jerez volcado, perfora la mesa, su madera, el suelo que la sostiene, todo lo que toca. El poeta ha encontrado la verticalidad y lo ha hecho en el mejor lugar, el intersticio, la frontera.

Por la polifonía inicialmente señalada, es difícil agrupar en una única descripción los rasgos de este libro, pero quiero señalar esta naciente verticalidad del volcado que no sólo va hacia abajo, tenue o resonante, gota de rocío desprendiéndose irremediable sobre el pastito o agua de tormenta que se amucha, sublevada, para aplastar la extensión de un mismo dueño. También cuando vuelca se nos va para arriba este poeta. Como las chapas en su recuerdo, vuela este poeta como brujo que es. Para arriba, con comba y a los combos se nos va a los cielos, peleando, resistiendo, dejándose volar, siendo volado. Le gustan los techos, como a ciertos suicidas, y saborea los ascensos sobre el viento este pájaro políglota que, en picada, baja hasta la cucha de los perros para ladrar con ellos como mariachi de luces.

El Spíndola de Jerez volcado no toca las cosas, las atraviesa. Nada en el aire, vuela en el suelo y camina volcado hacia el costado.


revuelto de zinc





una vuelta fuimos con mi tío a taparaujero en unas chapas

corría ese viento desgraciado sobre el mundo

ya sabes



una sola cortina de arena iba envolviendo la visión



había unos galpones gigantes de ypf

varados al borde de una playa



fragmentos de chapa en la memoria

ondulaciones de zinc brillando ahora

entre el párpado y la luz

no importa/



caminábamos con el tío por los techos

flotábamos y el viento

chiflaba por abajo como un loco



parecía que todo eso iba a volar



pisábamos siempre sobre la línea de clavos

con cuidado con cuidado como el tío me enseñó



clavos cabeza de plomo le voy a decir

malamente sujetaban el océano de chapas

flameaba la camisa

la bolsa de clavos se rajó

rodaban clavos por los techos

como astillas caían o volaban no se bien



de repente unos viejos de mameluco gris

de abajo nos gritaron con ternura



- dejen ese agujero y bajen a comer



mientras cuchareábamos en silencio

yo vi el alma de esos hombres

o capaz era un vapor

pero algo aéreo se alzaba de sus cuerpos

se ondulaba en la corriente

y escapaba



ahora tengo un solo revuelto de zinc en la memoria

un oleaje brillante de chapas que se mezcla con el mar



(a unos viejos obreros de ypf

al tío juan)



Nota de Luciana Mellado

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