Llueve sobre la caparazón azul de la ciudad.
Llueve y el mar se lamenta.
Lloran los muertos sin parar, sin razón, sin pañuelos.
contra un cielo viajero se recortan los árboles
mostrando sus miembros tiesos a ángeles y pájaros,
porque llueve y el viento se ha callado.
Locas gotas limpias de mugre
caen en las calles sobre los gatos
y el olor pringoso de tu nombre se propaga
por las aceras y el asfalto.
Amor mío, llueve sobre la hierba cortada
donde nuestros cuerpos tumbados germinaron
alegremente todo el verano.
Llueve, oh madre, y ni siquiera tú puedes hacer nada,
pues el invierno avanza solitario por la extensión de las playas
y Dios se ha olvidado de cerrar la canilla.
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