Haber dejado una moneda de fuego en la mano de otro,
haber atado ciertos hilos de amor y resplandor,
haber perdido algo
al salir de la casa vacía.
Haber estado, haber acompañado,
haber estado complicado con el viento que siempre tiene razón,
con la sal y el agua y con la hierba que siempre tienen razón.
No haber cumplido años lejos de sí mismo,
no importa si de rodillas o en medio del pantano pero cerca de sí,
o entre asuntos pendientes o torcidos desde el comienzo,
pero masticados con tus dientes.
No importa ser un objeto más o menos clasificable,
despreciable por los que deciden
no importa ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido,
con todo eso se hace la verdad.
No importa ser interrumpido
si estás al pie del árbol gigante en el día sin fin,
al pie del árbol de piedras preciosas del sueño que sólo
pertenece a los hombres,
y si has podido hablar con esas piedras
y acompañar hasta su casa a alguien
en un momento duro de la noche (y vivía tan lejos).
No importa que no haya solución para nadie ni perdón para nadie
ni si al fin estás solo en las salinas de la madrugada
haciendo todo lo posible para que salga el sol,
para que estos rostros queridos no se hundan en los
rápidos de la nada
que acecha tanta maravilla.
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