Armisticio de las palabras
Espalda con espalda luchamos por el
vecindario.
Sin vernos la cara supimos del
sufrimiento,
imaginamos las heridas y callamos
el dolor.
Acepto que fuimos derrotados una
vez más:
el llanto de los niños es algo que
distrae.
Tal vez mañana, cuando entreguemos
las armas,
las trincheras ya sean playas de
estacionamiento
y un cantante de boleros amenice
concursos de baile al borde de la
ruta.
Habrá llegado entonces el tiempo de
firmar la paz,
de aceptar
en reglamentario silencio
que luego de estas líneas vendrán
otros naufragios.
Soneto apócrifo sin banderas
Como una lámpara fluorescente,
tu cuerpo me orienta en la noche
de esta habitación casual
que nos convoca en medio de la fiesta.
Aunque la niebla cubra las trampas
donde puedo caer de puro tolondro,
sé que llegaré a buen puerto
orillando el ecuador de tu espalda.
Resplandeces. Fulguras. Expones
tus señales marinas sin banderas.
Me orientas como un faro
y tiemblas a la espera del que tiembla
-también- como un niño ansioso
en busca de su cotillón.
El desierto de los tártaros
No siempre las palabras
están a la altura de los pensamientos,
ni el temor se condice con las premoniciones.
La casa que ayer nos dijo hasta mañana
tal vez nunca vuelva a cobijarnos.
El abrigo que lucíamos en la ciudad
se volvió tontamente pomposo en estas
soledades.
Sólo me resta decir que los fusiles están
descargados
mi
coronel
y que las dagas no tienen filo.
Las feroces escuadras enemigas que venían a
matarnos
no
lo harán
son simples soldados involuntarios, mi
coronel,
asustados
como
nosotros.
Una tarde de invierno en las
alturas
El viento helado ponía un velo a
las callecitas del pueblo.
Un coro de niños cantaba en la
capilla de adobes.
La mujer que nos preparó chocolate
se aburría contando monedas
extranjeras.
Una joven pareja de alemanes
quería entender algo, pero no
podía.
Siete chicos jugaban a la pelota
sin arqueros.
Un camión de Arequipa iba
desapareciendo
bajo el polvo volcánico, blanco
como harina.
Esa tarde en Susques fui feliz.
El tren se detiene en una
estación vacía y
“No te duermas” me digo
pero igual me duermo.
“Como ya te has dormido -me digo-
no sueñes”.
Entonces sueño.
Es un sueño con palabras
que no se dicen.
Es una canción para ver
con cielos de mermelada
y taxis de papel de diario.
Es una música de siempre.
Es un texto prohibido
por militares analfabetos.
Tengo la cabeza en las nubes
pero las nubes son de diamante
y me encandilo.
Un
mozo de plastilina
con
corbata de espejitos
me propone un canje.
“Es un canje muy conveniente
-me dice-.
Es todo a cambio de nada.”
Tarde descubro que es todo para él
y nada para mí. Entonces lloro.
“No te despiertes”
me dice el carcelero,
pero ya estoy despierto.
El llorar de los llorares
Y lloré con ella.
Y el viento golpeó la puerta.
Y protesté “¡Qué elemental es el
viento!”
Y Dios -que por entonces
era ayudante de cocina- dijo
“Ya está bien. Acompañar la comida
con lágrimas
hincha la panza”.
Y ella dejó de llorar.
Y yo dejé de llorar con ella.
Gramática
A campo traviesa,
a lengua romance
sale el predicado en busca de su
complemento.
A tambor
batiente, a ritmo sostenido
acomoda la elegancia de sus varios
modos.
A todo terreno,
a pedir de boca
se esconde en un paréntesis para
continuar la frase.
A grandes
zancadas, a tiempo completo
busca el género en el número.
Persuade. Coquetea.
A razón de más,
pero a solo efecto
se da por bien servido y va hacia
el punto aparte.
Hablar en femenino
Con la puesta del sol no es el día lo que concluye
es la jornada de trabajo.
Es la manija de tirar la que cierra la puerta,
sea o no sea el picaporte.
Lo masculino del discurso
se desvanece en lo femenino de la
palabra.
El
asiento es la silla;
el
anochecer, la tardecita;
el
muro, la pared.
Si sabemos que el llanto está formado por las
lágrimas,
que el cariño apela a las
caricias
¿a qué tanto discurso tontamente
disfrazado?
si los genitales del hombre, a
veces,
también tienen nombres femeninos.
No hace falta dar ejemplos
cuando el habla es la lengua.
Si el velador y la lámpara
conviven en el mismo oficio,
si el tema y la canción
gozan de la misma música,
si el rostro y la cara
ocupan idéntico espacio
¿a qué tanta expropiación?
¡Compañía, ciudadanos, compañía!
El
badajo sin la campana sería un
machete represor,
un palo de mortero, un pisapapeles
sin papel.
Y vayamos concluyendo.
Cuando decimos el mundo ¿estamos refiriéndonos a la Tierra ?
Señorita Lu
Siempre la misma ceremonia a la
hora del té,
y el mismo té para la misma
ceremonia.
Idénticas palabras. Iguales cortesías.
Un pájaro ciego revolotea en
nuestro cuarto
sin saber dónde pararse a
descansar.
Las aguas que van cubriendo la
ciudad
reducen en kilómetros su pista de
aterrizaje,
y el té, ya sin tanta ceremonia,
se enfría irremediablemente,
Señorita Lu.
El diálogo esperado será monólogo
una vez más.
Ya se sabe que cuando algo muere,
algo cambia también en lo que queda
vivo.
Recuerdos de un mes de junio
con tu mañanita de hilo peruano
sobre los hombros
y las tetitas allí, apuntándome,
con tus venas como ríos en un mapa
que no sabía interpretar.
Eras como una prima con olor a
membrillos cocinándose,
con olor a prohibido y a la siesta
cuando los grandes duermen, el
Diablo juega a la payana
y Dios te mira y se hace el
desentendido.
Eras como una prima, pero mucho mejor
porque estabas desnuda y no eras
una prima.
Granizo
(Un poema que no
quería escribir)
Finalmente mi voz ha olvidado cómo
se canta.
Relincha, ladra, himpla mi voz
otrora melodiosa.
Asusta a los niños. Despierta a la
recién casada
y la alerta. ¿Dónde está el marido
de esta joven,
que debería dormir junto a ella,
mientras aúlla mi voz, ofensiva,
doliente?
Tiemblan las ramas con una brisa de
otro mundo
en esta siesta que amenaza ser
eterna.
Todo es desconcierto en el olivar
cuando el otoño demora sus
encantos.
Un lagarto decide dónde está el
Oeste.
Una mujer vuelve del mercado
o de la piscina, da lo mismo.
Vuela un zorzal chiguanco en
rigurosa desgana
al tiempo que una pareja de
ancianos
duda entre ordenar su té con
ensaimadas
o sentarse a esperar que llegue la
muerte.
No, mi voz ya no sirve de consuelo.
Mi voz lleva a la risa, y te
maldigo
por haberle echado llave a tanta
historia,
a tanto paisaje que hoy termina en
silencio.
Estoy muy enojado y ya con nadie
compartiré mi vianda.
¡Que los aviones se estrellen en el
horizonte de tu pecho!
¡Que las máquinas despedacen los
terrones de tus piernas!
Que Dios no se tienda a descansar
este domingo
sólo para alborotar tu pajarera
y que sepas lo que es bueno; es
decir, lo que es malo.
Me he quedado sin voz para
reproducir melodías
pero todo tiene sus compensaciones.
Ahora puedo leer el futuro y, a
veces, hacer mi voluntad.
Por eso sé que a las 5 de la tarde
se desatará el granizo
en la otra vereda de esta calle, en
estricto desastre
sobre tu jardín, sobre tus
recuerdos, sobre tu cama.
Postal de antiguo destino
La piel de mi madre niña huele a
jabón Heno de Pravia.
Con un plato de loza fina, llegado
de no sé dónde,
va hasta el borde del camino a
esperar al pescadero.
El hombre es un aborigen con
atuendos prestados
(altísimo huarpe, inexpresivo como
un tótem)
que viene de la laguna a cambiar
por monedas
el fruto de su paciencia y de sus
precarios anzuelos.
Las aguas de Guanacache, por
entonces,
no han sido bebidas por la sed del
desierto sanjuanino
y todavía son buenas para la pesca.
Mi madre dice “buen día” al
extenderle el plato
y luego dice “adios” al retirarlo,
ninguna otra palabra le está
permitida
a una niña de hogar valenciano en
tierra de indios.
El olor a Heno de Pravia es una
rareza en Cochagual
y esa niña del vestidito floreado
huele a eso,
bajo los tamarindos que llevan a su
casa.
Tierra tomada
Con los pies ateridos por el agua
de deshielo
corro en busca de la llave que
abrirá tus metáforas.
Como hija fiel de un cacique en
acción de gracia
te niegas a cantar el himno una vez
más,
y una vez más la dueña del colegio
te sanciona.
“Cuando los colegios no tenían
dueños, esto no pasaba”
le dice alguien
al espacio donde antes hubo una persona.
“Cuando las estrellas eran parte de
la tierra…”
empieza a decir
tu padre
en su lengua llena de consonantes
que nadie entiende,
mientras la directora insiste con
sancionar a la niña.
Deberás desmalezar el jardín. Es tu
penitencia,
tarea que ya
conoces, Claro de Luna,
cada vez que recortas la fronda de
tu pubis.
Hija de una página histórica del
continente
tal vez hayas nacido para
despedirte.
Y vuelven a dolerme los pies por el
agua de deshielo
que no llega a
las hornallas. Ni llegará.
Pequeña penitente, mensajera de mis
sueños,
los piratas de esta tierra
están haciendo un lago
donde no podrás
bañarte
para que naveguen libremente sus
barquitos.
Párate frente al espejo
sin miedo, sin ropa, sin complejos.
Acomoda el orden vanidoso de tu
pelo
con algún ademán copiado de tu
padre.
Como si fueses tu hermano,
ensaya un gesto de vigor.
Aspira profundo. Mira de soslayo.
Perfúmate las axilas y no sufras.
Es tu madre quien te mira desde el
espejo.
Todo está en orden.
De futuros jardines
“Tú eres la rosa que fue a nacer entre cardos,
como revancha.”
Joan Manuel Serrat
Llegabas en silencio
a la fiesta de los
otros
con tu vestidito de supermercado
mucho más linda que todas
aunque tan
pobre,
humilde como un animalito
abandonado en un jardín ajeno
diciendo “Permiso” sin abrir la
boca,
diciendo “Disculpe”.
Nada había para disculparte.
Los ojos de esos hombres
que miraban siluetas a la moda
no te veían.
Estabas allí, princesa, y no te veían.
Se arrepentirán con los años.
de Rogelio Ramos Signes, nacido en San Juan, reside en San Miguel de Tucumán.
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