"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.
martes, 28 de febrero de 2012
poesía de julia magistratti
El eclipse
Con un carbón te pintaste la cara
y tomaste el camino al espejo.
Alguien gritó “vengan a ver el eclipse”
y te quedaste alzada en tus propios brazos. Inmensa de tan triste.
Primitiva de la naturaleza.
Una madre apuró un pañuelo por si alguien decidía llorar.
-Lo que le sucede al planeta, nos sucede.
Lo has sentido cuando remontaste un barrilete
o bebiste con sed de un canal en el Perú-
Ya puedes volver a todos los espejos,
dejar piedras en los caminos
para que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo,
o criar a tu conejo de la suerte
afinar los pastos
encontrar tu trébol.
Siempre llega el eclipse cuando están las madres cerca. Y su secuela
en la costura recién abandonada, seguirá en los años, comiéndote los ojos.
El agua que chifla sola hirviendo en la cocina;
el gusano del durazno sumergido en su placenta;
el huevo que siempre cae cuando hay un eclipse.
Mi madre es la que gritó, con la blusa a medio prender, y el cuello
extendido al cielo.
Alguien había dejado un libro sin señalar, otro la taza por la mitad
y una sábana mojada.
Y yo no caía en cuenta.
A la hora del eclipse, mi madre
era una niña olvidadiza, tremenda de sol,
que yo taparía con tierra.
Historias
La historia de dos que se amaron
cae aquí, igual a la cucaracha
muere de envés.
Arrojamos cadenas de deseos al universo.
Quien haya visto girar la tierra,
su pelota loca sobre un solo sentido,
temerá más el batir de los rayos de las antiguas historias cayendo en el presente.
La unidad mutada,
su sentencia que puede enlazar la muerte de un limonero, el canto de un zorzal, un niño en las estaciones, un número abandonado.
Siempre es mayor lo que no puede ser
Y despierta con sus clavos nuestros días.
Las historias imposibles están en todos los sitios
mendigan tu día, tus hijos y tus muertos.
Van en dirección horizontal igual a los fantasmas
o la mirada de los ancianos.
Indefensas, son tus huérfanas,
la causa del vacío que crías algunas tardes.
Las aguas del bautismo no las curan.
Todo lo que no ames se dispara al mundo
para que alguien lo recoja
No amar es clausurar a un niño
quitarle el hombre.
Las visitas
Arrastras el trapo, el de secar el piso
que, en breve, ocuparán las visitas.
y deberás colocarte el hombro en su lugar,
tu ojo que anda solo detrás de unas hormigas
y tu pie, que viene del desengaño
a llevarte a sus pequeños cementerios.
Deberás disimular la luna que criaste de pequeña
y tu tabla de la adivinación, allí, secando
después de una rabia o de una lluvia.
Tu pan caliente y tu pan enfermo
debes arrojarlos lejos, porque vienen las visitas.
Y al amor devolverle la temperatura
su color azul, sacarle la venda.
Yo que iba a ser anfitriona
ahora que miro mi reino tapado por la alfombra
quisiera que mis desperdicios no iluminen tanto.
No hay nada intacto aquí,
todo fue, a su modo, atacado por la vida:
las estampas por las arañas,
mis huesos por las vacunas,
las cortinas por miradas de personas.
No tengo gatos, si los tuviera serían los únicos
que sentirían calor de hogar entre mis andrajos.
Pero somos livianos, tenemos primitivos los cuatro elementos.
Nuestra tierra también es habitable.
Y aunque mis palomas celen,
en este reino hay niños dormidos abrazados a muñecos.
María Julia Magistratti (del libro “El hueso de la sombra”, ed. Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011)
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