"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.

domingo, 26 de junio de 2011

poesía de gerardo lewin





Fin de Contrato

Sé que mi vida se repliega ahora
a una trinchera móvil
cavada en húmedas cajas de cartón,
a estallidos súbitos y ansiosos
de cintas de embalar voraces.

Aquí fue donde bailamos
el rockanroll de las patatas fritas.
En esta cama casi muero.
Llorabas desconsolada en esa silla
y yo sólo atinaba
a besarte las manos.

En el final el eco rebotando
de pared a pared
y obstinados imanes
aferrándose a la heladera muerta.

Sumisos, obedientes,
nuestros fantasmas
cancelarán las deudas,
nos buscarán sonriendo en los espejos,
regresarán correspondencia
a desesperanzados remitentes.

El polvo de los años
se asentará cantando
sobre estos pasos últimos,
este murmullo incontinente...

Silencioso llanto de babosas
en el patio:
las despedidas las abruman,
pobres bichos.


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Amores muertos


Ciertos amores muertos
tienen
la persistencia
de las viejas películas de horror
donde manos cortadas
todavía acarician
nuestra piel erizada
y ojos sepultados
hace ya mucho tiempo
guiñan
no totalmente faltos
de cierta picardía.

Tienen
la consistencia
de los poemas que no fueron escritos
donde palabras nadan
y no terminan nunca de nacer.
Palabras como río,
anteayer, leprosario,
teas, cripta,
numeración, congoja
y la mañana aquella
besándote los pechos.

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Otra Felicidad


...compañera de los años reales...
Enrique Lihn

No quiero escribir ahora ese poema
donde dije
tú y yo fuimos felices en otra vida,
fuimos felices, sonreíamos
desde fotografías enmarcadas sobre un piano,
nos habíamos amado
y acudieron a nosotros niños,
altos y hermosos jóvenes
que habíamos engendrado en otra vida.

No quiero escribir ahora sobre eso,
esa felicidad intensa,
esa dicha que de tan grande
desborda los límites
de esa otra vida que vivimos,
insistiendo en atraerme a imaginarios imposibles
como un planeta inmenso y grávido,
lastimando mis ojos:
no podría resistirme
a escribir para siempre.

Mi mundo todo se derrumba soñándote,
como si los años vividos fueran nada
y sólo los otros,
los felices inventados fueran ciertos.

Casi de qué me vale aferrarme a la mesa,
a la promesa de una tarde de amor
o a los todos endebles artilugios
de fingir existencia:
otro verá mi rostro en el espejo.

Y yo seré una canción amada y olvidada,
meciéndose dormida en la remota punta de la lengua,
en los blancos desiertos de la memoria muerta,
en los intactos vacíos del silencio polar
que nos aguardan en el final de todos estos mundos conocidos.

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Tristeza invadiendo


Y por si fuera poco
la tristeza invadiendo.
No como invadir países,
la casa de un amigo a medianoche
o el corazón de alguien a balazos.

No es el amor o el odio
que en un instante de aire
te asaltan y devoran.
La tristeza es distinta:
se arropa en humo blanco
como quien sube a un barco de manera imprevista
y mira a la distancia las riberas amadas.

No es sencilla la vida de quien ha decidido
morirse de tristeza.
Su tarea es continua y diminuta:
alguien que se despide
de todas las palabras
y al cabo de los años
solamente ha guardado
esta única frase:
vosotros que aquí entrais,
dejad toda esperanza...


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Nocturno

Una palabra me despierta en la noche.
Allí está, temerosa,
en el cuarto contiguo.
Tras la puerta entornada
una palabra aguarda en la oscuridad.

Ha estado allí por años,
perdida entre cuadernos, náufraga.
Quise decírtela hace un tiempo.
Amor mío, amor mío.
Quise decírtela: amor mío.

Ahora es la noche.
Un llanto suave como liquen
llega hasta mí,
mendigando un lugar en la cama.

Una nada viscosa discurre en el silencio.
¿No habíamos decidido ya
este destino de incendios postergados?

La palabra se dispersa en susurros,
como una greda de hielo,
cobijándonos.

Regresa al sueño, amor.
Déjate arrullar
por una nube pasajera,
por un viento.

Despertaremos siendo
opuestas caras
de una moneda arrojada a la duda,
cenizas de preguntas extraviadas
en la maraña de los atardeceres escindidos.

Duerme, amor mío.
Yo monto guardia en la mitad del mundo,
yo sigo vigilante hasta que todo calle.

Ya la aurora con sus rosados dedos...




gerardo lewin, poeta y traductor
de "Amores Muertos", Ediciones "El Jabalí" / 2003.

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