Juana I. Alción editora.
Me perfumo los ojos para verte de color dulce en el más color
de los genitales, de las tetillas. Para verte perfumado en lo más fino
del fondo de los pliegues y lo más grueso de la cara, la palma de la
mano, la planta del pie. Tu piel de pulpa de ciruelas, de peras. Y yo
ahuecándome. Acomodo mi espalda contra tu vientre. Como una
sábana mojada y apretada que se pega. Rodearte. Primero frío, luego
más caliente. Un desconsuelo de pájaro cuando uñas en lugar de
manos arañando el perfume de los ojos. Corro el cabello de tu cara y
me entero del desembarco. Me entero de los codos, de las rodillas y
del cuero cabelludo colgando de la cara. La Península se unificó
bajo cicatrices de alambre. Entonces vuelo y ya no puedo
detenerme. Brazos o alas de un pájaro con ojos perfumados que no
ve el alambre. Un desconsuelo de pájaro o de mamífero. Y vos el
lameteo con la lengua sobre la cara las manos (para limpiarme). Y
alas o brazos ahuecándose sobre vos. Tu espalda contra mi vientre.
Una sábana como papel de envolver tabaco. Entallando: yo.
Quiero lo que quiero lo que todos llaman dios para mí
una boca.
Ella se los tiene que decir. Yo. La tierra removida es visible
desde el aire. Una interrupción en la superficie de la hierba. Un
cambio de color. Si sólo rascara a mano encontraría debajo de la
tierra una zanja de norte a sur, de este a oeste. Escaleras en las
paredes para bajar y calcular la edad según las puntas de las
costillas, las clavículas y las sínfisis púbicas. Si midiera el fémur
sabría acerca de la estatura.
Decir. ¿En qué idioma hablan las cosas?
Decir del hueso ilíaco que sobresale de eso que parece un
hombre. Cerdos hocicando la tierra cenagosa. Decir cuando la mano
se extiende hacia la voz. Toco la voz y es mía. Cuando alguien me
habla (Felipe) es como si hubiera luz y yo toco la luz con la mano.
Tu garganta, tu pecho. Un volumen de rumores en el interior (como
si hubiera luz).
Es simple: Ella se los tiene que decir.
Un depósito de brazos atados a la espalda, tierra lisa color
marrón sólo rascada a mano, y la falange del dedo gordo del pie más
rolliza. Un manantial subterráneo que, al quitar la tierra, se
convierte en agua burbujeando lentamente.
Hace frío y está oscuro. (Ella se los tiene que decir). Cuando
me hablo es como si hubiera luz. Mezclo un vino caliente con
azúcar y clavo de olor. Hablo de vos y de mí. Una a una me quito
las enaguas. Hace frío (bebo el vino caliente con azúcar y
clavo de olor). Hace frío, está oscuro. Me estiro para ver si mis pies
llegan a los tuyos. Si mi vello con tu vello, ahí. Es simple, es justo,
como si estuviéramos en la cama (del lecho de justicia). Lo suyo de
cada cual; lo mío. Que me digas, es toda tuya.
¿Felipe, de quién son los cadáveres?
Me cuesta tragar. Ahí, dale que dale, una musiquita de la
infancia. Ahí, tengo toallas, sábanas colgando. Tengo lencería,
tejidos manchados. Sólo: tragar creer tragar, cuando entrás en las
nalgas o cuando salís de tu pelvis. Entonces una segunda piel hecha
de dedos auriculares. Dedos que murmuran secretamente al oído,
ayudan a inspirar.
Yo trago por el oído.
No estás acuclillado a la espera de tu madre. Donde estás no
hay una entrada estrecha y baja. No es un castillo en espiral. Una
capa fina de materia sólida en la superficie de un líquido. (Vos). ¿De
quién? ¿A quién pertenecen los cuerpos, Felipe? Si una película, una
capa fina, y adentro nada. No cuerpo. No te echas a perder. No hay
ninguna planta algodonosa que te habite. El hongo de color canela al
pie de robles y de encinas. El cuarzo gris que da chispas. La madera
carcomida tan expuesta a arder por su sequedad. La espora, el moho,
la rabia aturdida que se transforma en mineral. Dos puños
petrificados. (Esos son cuerpos).
Nadie comerá tu parte. Ni familia, ni insectos. Estás entero.
Mío. Los cuerpos son los indios, son los moros, los judíos. Y yo no
sé a quién pertenecen.
Te acomodé en un recipiente de madera de una sola pieza. Una
tina de forma abombada para bañarnos en agua de rosas. Tibia, del
tono de la carne de un niño. Esa tinta caliente del agua dibuja
labios más gruesos, pezones que se agrandan, se alisan, toman el
color de la carne de un niño que crece en el agua. Nos
movemos como hermanos en el mismo líquido.
Quiero tomarte de un sorbo.
Lo que todos llaman dios la república del dinero el Imperio.
Lo que todos llaman dios, la vuelta al mundo, catorce mil
cuatrocientas sesenta leguas y la tierra esférica que gira, gira. Por
todas partes y en cualquier sitio los dominios de Ultramar. Catorce
mil cuatrocientas sesenta leguas de mundo amontonado, mandíbulas
apretadas seccionando la lengua con los dientes.
Por todas partes y en cualquier sitio. ¿Mi patria? La memoria
alterada como recién dormida de tanto dar vueltas y vueltas (catorce
mil cuatrocientas sesenta leguas). Aprieto. El diente contra la
lengua. Pero la lengua es más suave, más blanda, no se deja cortar.
Pronuncio cada palabra con un aire fracturado entre los dientes. Con
el diente roto la lengua habla dice: Otro mundo es posible. Dice, en
el juicio (en todo juicio a la derecha del padre). Dice, cuando separa
las manos de los pies, cuando dirige la mirada lejos, aleja la nariz
del suelo, de los genitales. Se dice Juana después de confundirse con
él, de que él se vacíe en ella; con el diente roto, el juicio, a la
derecha del padre: digo, poseer. Con la memoria alterada como si
me hubiese dormido recién; rendir cuentas. Cada uno beberá su
medida completa.
Otro mundo es posible (hoy). Si cierro los ojos ya no tengo
miedo a caer. (Ganas de caer, de que me empujes). Cierro los ojos
no veo que estoy tan arriba. Cierro los ojos y te veo por la espalda.
Para no sentir vértigo, vos también cerrás los tuyos. Yo te guío por
un agua subterránea. Te digo de vaciar el mar en una botellita que
llevo en la garganta. Las aves o las mariposas se posan en cierto
sitio después de volar. Un parador. La detención que hicieron los
obispos para cantar un reponso. El toque de las campanas. Hasta el
fondo, lo que estaba suspendido en un líquido. En el fondo, sólo
aquí, tu medida.
Poseer.
Finalizado el proceso, se obliga al vencido a devolver lo que
ha tomado.
El vencido ¿quién?
No les daré la razón. La pierdo.
El vencido, luego de mil derrotas, debe devolver las armas.
El vencido ¿quién?
Las armas con que me mataron treinta millones de veces
mientras fui india. Las armas que cargaron mis espaldas en el
camino de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas. Con las que me
expulsaron más allá de los límites de España.
Dar la razón a cada cosa. La tierra no es cuadrada y no me caí
del mapa.
El vencido ¿quién?
Hagamos otra vez las cuentas. Mi reino es de este mundo.
De este mundo donde Felipe no está desnudo. Está muerto.
Tomo la navaja, intento más abajo del vientre. Sigo bajando.
Tengo cuidado de no cortarme. Hacia los lados. Ahora hacia atrás.
Empiezo todo otra vez.
Absorbo la sangre para que no corra.
Otra vez.
Tardo cuarenta y siete años en abrirme la garganta, darle aire,
respirar. Cuando aspiro y exhalo el aire por la nariz, la boca habla.
Así son las cosas.
Empiezo todo otra vez
Ana Arzoumanian, C.A.B.A., Argentina.
Leído el 15 de febrero, en el ciclo de poesía de Vivaldi Bar.
Presentación a cargo del poeta Franco Castignani.
Mesa junto a Valeria Cervero, Lucio Madariaga, Natalia Litvinova, Andrés Alvarado y Tom Maver.
Presentación a cargo del poeta Franco Castignani.
Mesa junto a Valeria Cervero, Lucio Madariaga, Natalia Litvinova, Andrés Alvarado y Tom Maver.
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