"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.
lunes, 11 de marzo de 2013
la maldición... (fragmento II ) por liliana díaz mindurry
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Breton dijo que las palabras hacen el amor. Pero lo hacen a través de la muerte. Es un amor cargado de crímenes. Poetas como San Juan de la Cruz se llaman místicos, pero es una mística que hace el amor con Dios, y el amor no es un acto sin violencia. Es la más pura violencia. Hay una magia oculta, una búsqueda violenta de poder sobre Dios, sobre un mundo de malentendidos, creado por ese mismo Dios que bendice maldiciendo.
Además hay un ritmo. La palabra literaria es una palabra con ritmo: verso o prosa, es igual. El ritmo nace de una escritura auténtica. El ritmo es un hechizo y el hechizo es arrancar secretos a la fuerza. Ya lo dice Juan: el Verbo es Dios. Cada uno inventa un universo de palabras y es en sí un Verbo o un Dios, como se prefiera decir. Pero el escritor no lanza palabras al aire sino que las junta en libros para producir una ruptura en el entramado fácil de cada lector, en esa armonía que todos tratamos de inventar miserablemente cada día con total conciencia del fracaso, pero persistiendo en nuestro simulacro de lenguaje.
Todo esto es un golpe y la literatura lo da con toda la fuerza y esto aunque lo escrito sea un balbuceo. El balbuceo de la poesía no elimina su violencia, su fuerza de choque: por el contrario, la aumenta. En la vida cotidiana atribuimos la maldición del lenguaje a la traición de éste o aquel, a la manipulación del poder, a Dios, al destino, a cualquier cosa. La literatura muestra esa violencia, al punto que produce un encantamiento. El mundo vuelve a tener ese encanto que nunca tuvo.
La literatura necesita desintegrar. Producir equívocos, ya que el malentendido está, que ese malentendido sea un látigo para “azotar el mar, locura de bárbaro”, como decían los griegos. Irritar. Porque es una palabra separada de sus funciones habituales. En otro orden que no tiene que ver con las mentiras de su comunicación, de su información, de su discurso de poder de víctima o victimario. Esa es su fuerza, su hechizo, lo único que nos importa. Porque es verdad en su juego. El resto es una mentira que nos dice la política, la ciencia, la persona amada. Y se la puede interpretar como a un texto literario. Esa interpretación no importa: importa el texto en sí, su blasfemia.
Y la verdad, ¿qué función cumple en todo esto? La palabra es un instrumento ¿para disimular la ausencia o para buscar la verdad? ¿Qué queremos decir con buscar la verdad? ¿alguna nueva máscara vía filosofía o vía ciencia, un orden que nos tranquilice un poco, porque aunque no creamos en ninguna verdad resulta armónico que la busquemos? ¿Resulta sensato?
Pongamos por un momento que la literatura busque alguna verdad (aunque “verdad” sea otra palabra tan maldita como cualquiera, pero con su lado tranquilizador). Por ejemplo Proust. No busca la memoria del tiempo perdido, pero sí la verdad. No lo hace por buena voluntad, ni por un sano deseo de niño meritorio, sino porque hay signos que lo violentan y lo empujan a buscar como un amante celoso conocer la infidelidad del amado. O al menos sus signos. Con esa misma violencia escribe. (¿Quién ¿ ¿Proust con sus felices magdalenas y sus losas venecianas y sus campanarios?). Cuidado con las apariencias: toda gran literatura, cuente o no hechos de violencia, use o no palabras violentas, atropelle o no las gramáticas, desinstala con su violencia escondida.
Pues entonces, bueno, sí, buscar la verdad. El Mal-Decir lo impide. Buscarla en ese Mal- Decir. Y que aparezca una verdad completamente distinta en el que lee. Porque en definitiva se trata de pensamiento a través de palabras malditas, o sea de un orden que es un caos.
***
No hay pensamiento de vanguardia que no sea poético. Incluyo a Galileo, a Marx, a Freud, hasta a Jesucristo, para hacer una lista anacrónica, un poco burlona, pero bastante precisa. Son pensamientos poéticos, porque no van siguiendo una línea de orden sino de ruptura. Decir vanguardia a una mentalidad postmoderna en toda su variante pasatista, anticreadora, que juega a la parodia porque no tiene genio inventivo y hace coqueteos furiosos con el marketing que es su meta verdadera, es una forma del arte de injuriar, para usar un término borgesiano ya popular y aceptado por el lenguaje, o es una imagen magnífica de la impotencia que trata de disimular su desgracia. Los mass media con su afán de manipulación y de producción de intelectuales al servicio del poder, han servido para recrear este imaginario, esta antipoesía con otro género de violencia: la de la cuidadosa higiene de cerebros.
Sustraerse a la Ley para entrar en una gracia que nos hace inmortales, o pretender que los cuerpos caen con un movimiento rectilíneo uniforme y hacerlo dentro de un plano infinito (algo que no existía en la física aristotélica y menos en la cosmología medieval: sólo Dios es infinito), o decir que el trabajo no es mercancía, o salirse del sistema con un irrepresentable como el inconsciente, significan en su momento histórico, impensables, agujeros en la trama sistémica, aunque hoy sean lugares comunes, perfectamente representables y hasta manoseados por el pensamiento. No obstante han hecho suficiente violencia, han sido poetas fuertes en el decir de Bloom, han producido heridas y producciones de resistencia en ese gran poder creativo de la envidia, que es la crítica literaria.
Poesía, es sin lugar a dudas, violencia en el lenguaje, torsión de la gramática, aumento en progresión geométrica del íntimo Mal-Decir de nuestra comunicación cotidiana: lo real imposible lacaniano hace sentido en la fuerza de la encarnación. Poesía es desarticulación, incomodidad. Lo cómodo es el orden del consenso, el mandato social y la democracia del mercado, y en el pensamiento, ese sentido común, esa doxa, que no toca la episteme. ¿Tiene entonces algo que ver la ciencia con la poesía? En un solo punto: lo que hace a la incomodidad, la desarticulación del sentido común.
Imaginemos un señor sentado en su sillón, con su auxilio técnico de variada clase para adormecerse. Se enfrenta contra el Mal-Decir del lenguaje pero no le importa, está dormido, semimuerto. Su cerebro es apenas una tripa lavada y perfumada. Compra, vende, come, respira, defeca, fornica, hace hijos semejantes a él, muere. Apenas tiene algo de humano, está a punto de ser virtual. ¿Qué puede importarle de la gratuidad de un mundo palabrístico?
La violencia creativa se opone entonces a la violencia organizada del consenso, del mandato social. Las palabras si no son dinamita y producen esquirlas en el cerebro, no producen efecto poético. Fuerzan su significado y, lo mejor, fuerzan el pensamiento, lo acercan a sus límites. Nada de Ley, la poesía es gracia pura. Es revolución sin demagogia.
Contra el Azheimer general de un pensamiento manipulado, contra la todopoderosa y ubicua eficacia se dirige todo lo poético. En su golpe a lo establecido produce la necesaria crisis y la movilidad.
Ya lo decían los surrealistas. Y es así. Toda belleza será convulsiva o no será……………………………………………………………………………………………………………………………………………
Fragmento de “La maldición de la Literatura”, Ediciones Ruinas Circulares, 2012
Liliana Díaz Mindurry, abogada, poeta, narradora y ensayista, nacida en Buenos Aires, Argentina.
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