"El pensamiento claro no nos basta, nos da un mundo usado hasta el agotamiento. Lo que es claro es lo que nos es inmediatamente accesible, pero lo inmediatamente accesible es la simple apariencia de la vida." antonin artaud.

sábado, 8 de octubre de 2011

vale cervero acercó este texto ...

Por los años 42 o 43 en Alta Gracia, mi primo y yo íbamos todos los jueves a la Plaza Manuel Solares a la hora de la retreta, para vengarnos de que no nos dejaban estudiar música, que era nuestra vocación. Aquella acción consistía en llegar de súbito a las espaldas de Ocampo, el director, justo cuando éste levantaba la batuta para atacar la primera pieza del concierto y emitir a dúo, lo más fuerte posible, una serie de sonidos extraños, ante el escándalo de las viejas que tejían en los bancos cerca de la pérgola y del propio maestro, que se agarraba los pocos pelos que tenía y nos insultaba en voz baja pero concentradamente. Nosotros seguíamos con nuestra manera de hacer música, en este caso de percusión, a voluntad, tragando aire primero y soltándolo luego con distintas aberturas de boca, regulando intensidad y altura según nuestras intenciones.

Un poco más arriba, y cerca del Sierras Hotel, vivían los padres de un compañero de colegio, físicamente muy ágil, que se llamaba Ernesto y era asmático, y más o menos siguiendo la misma dirección pero hacia la izquierda, en un chalet que se llamaba Los Espinillos, un viejo cascarrabias, flaco y calvo, que se pasaba los días y las noches componiendo música. La misma que nos negaban a nosotros por no tener piano, por ser muy pobres o malditos, qué se yo, el hecho es que cuando aparecimos por el Conservatorio y nos vieron la pinta, una mujer alta y barbuda levantó un dedo índice que por las palabras acompañantes señalaba la puerta de la calle.

Y en esa vida a los saltos y ese andar siempre por las orillas comenzó el curso de solfeo para entrar en la banda municipal, pero tuvimos que dejar porque no alcanzaban los instrumentos donados por el círculo de damas.

Parece que mi primo y yo le caímos bien a Ernesto, que una vez nos invitó a su casa, enorme y hermosa, en lo alto del pueblo, a tomar el té como si fuéramos niños educados. Había oído hablar de nuestras travesuras con el maestro Ocampo y nos pidió una demostración vocal. Pero no nos animamos porque teníamos vergüenza de su padre, que se llamaba Ernesto como él, y respeto por su madre, Doña Celia, que instituyó en nuestras escuelas la merienda y leche para todos sin discriminación.

Te cuento para que lo escribas, que la última vez que vimos a Ernesto fue aquel verano que junto a mi primo planeamos apropiarnos de los duraznos en el chalet del viejo músico. Había un duraznero en su jardín, de esos duraznos blancos y tan dulces que cuando maduran son rosáceos por fuera pero por dentro enteramente blancos y jugosos.

Sabíamos a qué horas el viejo componía y a qué hora dormía la siesta, y a qué hora una mujer que lo cuidaba y que era su hermana se recostaba en un sillón a cabecear unos minutos.

Serían como las dos de la tarde cuando nos reunimos. Íbamos los tres subiendo la cuesta, oyendo los sonidos de la siesta en el monte, mejor dicho, ese silencio donde solamente se oye el canto de las torcazas que viene de muy lejos, como del otro lado de la Sierra.

–Che –dijo de pronto Ernesto– ¿cómo es ese asunto de los sonidos extraños que semejan el maullido de gatos y el aullido de lobos?

En cuanto empezamos a probar, que era como afinar, Ernesto soltó una carcajada.

Dominábamos tanto esa forma, tan válida como cualquier otra, pienso yo, de emitir sonidos, que eran prácticamente nuestras notas nuestras formas de cantar. Teníamos a medio ensayar un duetto precioso, donde una de las voces intentaba ser una melodía y la otra hacía un acompañamiento de pura percusión.

Justo cuando estabamos empezándolo, el chalet del viejo se nos apareció de golpe, al fondo una ventana alta, en primer plano los duraznos a punto de descolgarse de la rama, de tanto que los había madurado el sol.

Tendimos el oído a ver si como siempre estaba sonando el piano, pero nada, el viejo seguramente dormía. Nos metimos las puntas de las camisas dentro de los pantalones, embolsándolas un poco para guardar allí el producto de la expropiación y saltamos la verja.

Cortábamos y guardábamos, pero al mismo tiempo comíamos. Pronto desaparecieron los de abajo y hubo que trepar. "Che", dijo Ernesto, "no suban todos a la vez que el árbol es muy débil", y ordenó en voz baja, "parece que el viejo se está levantando". Pero yo ni me moví, mirando el ejemplar de allá arriba, el más grande de todos, enorme, más que un durazno era un faisán, un melón lleno de miel.

Ernesto, mi primo y yo empezamos a sacudir el árbol hasta conseguir el balanceo violento capaz de producir el desprendimiento de la fruta. Caían hojas y pequeñas ramas, duraznos medio secos que no habíamos visto o desechado y bichos cascarudos.

La percepción del olor intenso de las hojas cortadas llegó junto con el ruido de la ventana que se abría, dando paso a esa cara espectral extraída del fondo de la siesta y a sus palabras:

–Niños, lleváos la fruta pero no rompáis las ramas del árbol.

Después de comer sólo los muy maduros, guardar los que estaban a punto y tirar al río los muy verdes, mi primo y yo quisimos hacer el reparto. Ernesto dijo que si él llegaba con duraznos a la casa tendría que dar explicaciones muy serias, de modo que nos cedió su parte. Nuestros padres y tíos se alegrarían de que lleváramos comestibles, y más que ellos nuestros hermanos y primos más pequeños.

Al atardecer estabamos sentados en el murallón del Tajamar, enfrente de la casa del Virrey Liniers. Ernesto dijo:

–Al final no cantaron el dúo. ¿Cómo era?

–Bueno, cantar es un decir. Lo nuestro es más bien un juego o una burla.

–Eso no importa, Daniel, canten.

Afinamos otra vez. Creo que afinar era lo más gracioso, con las caras que poníamos imitando al maestro Ocampo, pero no cantamos el dúo, pues dejándonos llevar por la afinación que nos salió perfecta, brotaron unas especies de modulaciones mozartianas suavísimas y dulces como los duraznos blancos, y Ernesto amigo mío no paró de reír y reír.

Dicen que el viejo de los duraznos era español. Había tenido que huir de su tierra, pero como no se resignaba a vivir fuera de ella, tenía dos relojes, uno para la hora de acá otro para la de allá, a los que daba cuerda todas las noches a fin de que no se le paralizara su patria lejana ni tampoco ésta que le habían prestado. Lo más importante era no perder la diferencia horaria, para que, aunque muy a la distancia, el país que dejó se mantuviera presente en el tiempo de todos los días.



Y parece que alguien que ignoraba la importancia de ese rito llegó un día a la casa y, sin que nadie se diera cuenta, puso los relojes en la misma hora, y dicen que en ese mismo momento, el viejo se despidió para siempre de la música de Alta Gracia y de su tierra, porque pocos días después encerrado en una caja oscura lo llevaron por el mar hasta su tierra, donde duerme todos los silencios musicales juntos.

Mi primo y yo y otros chicos que ya tocaban en la banda, Ernesto, que entonces vivía en Córdoba, merodeábamos por la casa el día de la muerte del viejo, pensando que si en vez de robarle los duraznos le hubiésemos pedido que nos enseñase un poco de música, acaso él hubiese aceptado. Y nos entraba la lástima y teníamos remordimientos.

... El viejo se me apareció de golpe años después en su tierra. Yo llevaba un tiempo en España y una tarde estaba tomando tranquilamente una cerveza cuando en eso pago y me dan el vuelto, y lo veo aparecer flaco y calvo como siempre, enmarcado por el contorno de un billete de cien pesetas, que hacía las veces de aquella ventana de su casa en Alta Gracia donde se asomó para decirnos que no le rompiéramos las ramas de su árbol.

Y con nuestro cómplice en el robo de las frutas me reencontré después de mucha vida. El encuentro tuvo lugar en las páginas de un semanario, en una fotografía captada durante una nevada en Alta Gracia, que mi memoria retenía. La revista, en un número super extra publicaba aquella fotografía para ilustrar la infancia del que yacía en la foto de la portada, rematado a tiros en un pueblo boliviano llamado Ñancaguazú, Valle Grande. Se me saltaron las lágrimas al ver en qué estado había quedado el niño que yo conocí, mi amigo que jamás me discriminó porque era pobre.

Para atenuarlas, recordando aquella vieja y mala costumbre, emití un agudo modulado, mozartiano, como quien intenta provocarle una sonrisa.



Relato de Daniel Moyano citado por Aldo Isidrón del Valle en "De Alta Gracia a Santa Clara". Sé que esta historia fue publicada en una revista a principios de los noventa, pero no pude hallarla. Encontré en internet esta versión, incluida en el libro de "De Alta Gracia a Santa Clara". (El "viejo" del relato era Manuel de Falla.)

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domingo, 2 de octubre de 2011

el placard: POEMAS DE JOYCE MANSOUR

el placard: POEMAS DE JOYCE MANSOUR:   Llueve sobre la caparazón azul de la ciudad. Llueve y el mar se lamenta. Lloran los muertos sin parar, sin razón, sin pañuelos. Contr...

"nube en pantalones"

3

¿Qué sentido tiene todo esto?
¿De dónde aparece en la luminosa
alegría este blandir los puños sucios?

Llegaste,
y tu desespero corrió sobre mi cabeza
una cortina que me evitó pensar en el manicomio.

Y
como en la tragedia de un acorazado
entre espasmos asfixiantes
los marineros se lanzan por la escotilla abierta:
a través de
mi ojo desgarrado hasta el grito
salía, enloquecido, Burliuk.
Casi ensangrentados sus sufridos párpados
salió,
se incorporó, se acercó
y con ternura inesperada en
un hombre grueso de pronto dijo: «¡Qué bueno!».

¡Qué bueno cuando una blusa amarilla protege
tu alma de las miradas ajenas! ¡Qué bueno
si cuando te lanzan a los dientes del patíbulo
alcanzas a gritar:
«Tomen cacao de Van Gutten»!


Y este segundo fuego de bengala, sonoro,
no lo cambiaría por nada ni por mi propio pico

Y entre el humo de tabaco, como una copa de licor,
se alarga la cara abotagada-ebria de Severianin.

¿Cómo se atreve a llamarse poeta
y gorjear tan gris como una codorniz?
Hoy
hace falta
pegarle duro al cerebro del mundo con una manopla.

Usted
a quien inquieta este solo pensamiento

«¿bailo elegantemente?» mire cómo me divierto yo:
¡chulo de plaza y tahúr de naipes!

A ustedes
por el amor reblandecidos,
que durante siglos
sólo han vertido lágrimas,
los dejaré,
me pondré el sol de monóculo en el ojo bien abierto.

Y ataviado de este modo increíble iré por la tierra
para gustarles aunque los queme y atado a una cadenita,
abriéndome camino, pasearé a Napoleón como a un dogo enano.

La tierra entera se tenderá como una mujer,
agitará sus carnes, ansiosa por entregarse.
Sus ropas cobrarán vida
y los labios de sus ropas
sisearán zalameros:
«¡Precioso, precioso, precioso!».

De pronto
los nubarrones
y todo lo demás nuboso
levanta en el cielo una gran agitación
como si obreros vestidos de blanco se dispersaran
tras declararle una airada huelga al cielo.
De detrás de una nube, un trueno, furioso,
salió y se sonó las narices desafiante.
El rostro del cielo se crispó por un segundo
con la mueca severa del férreo Bismark.

Y alguien
enredado en los lazos del cielo alargó
sus brazos a un café: de una manera algo femenina,
como tiernamente,
y también como la cureña de un cañón.

¿Usted piensa que el sol, tierno,
palmea la mejilla del café?
Pues no, es el general Galiffet
que va a fusilar a los rebeldes.

Saqúense, transeúntes,
las manos de los bolsillos:
cojan una piedra, un cuchillo, una bomba,
y si alguien no tiene manos
que venga a golpear con su frente.

¡Vayan los hambrientos, los sudorosos, los sumisos,
los podridos en lo pulgoso y sucio!
¡Vengan
los lunes y los martes,
coloreémoslos con sangre como días feriados!
¡Que la tierra se acuerde al sentir
los cuchillos de aquellos que quiso ultrajar!
¡La tierra,
cebada como una amante
de las ya usadas por Rothschild!

Para que los estandartes restallen en el ardor de
la metralla como en cada fiesta
que se digne de serlo: levanten
a la altura de los faroles
los cuerpos ensangrentados de los tenderos.

Blasfemando,
implorando,
acuchillando,
pasando por sobre alguien,
para hundir sus dientes en el costado,

en el cielo, rojo como la marsellesa,
temblaba, palmándola, el crepúsculo.

La locura absoluta.
Pero no pasará nada.

Caerá la noche, morderá algo, y se lo tragará.

¿No ve
que el cielo vuelve a ofrecer como un Judas
un puñado de estrellas salpicadas de traición?

Y por fin cae la noche.
Festeja como Mamai,
posando su trasero sobre la ciudad.
Esta noche, tan negra como Azef,
no habrá ojos que la atraviesen.

Encogido en el fondo de tabernas,
me erizo. Riego con vino mi alma y el mantel
y veo:
en un rincón -mis ojos redondos como platos-
los ojos de la Virgen se me meten en el corazón.
¡Qué sentido tiene ofrecer
su resplandor pintado a esta turba tabernaria!
¿No ves que otra vez en lugar de al ultrajado
en el Gólgota prefieren a Barrabás?
Quizá yo, a propósito,
entre el amasijo humano,
no muestro un rostro más nuevo.
Aunque yo,
quizá,
sea el más hermoso de todos tus hijos.

Dales a ellos
enmohecidos en su alegría
la muerte rápida del tiempo.
Para que haya niños los jóvenes deben
crecer, hacerse padres,
las jóvenes, embarazarse.

Y a los recién nacidos déjenles
crecer las escrutadoras canas de los magos,
y vendrán
y bautizarán a los niños
con nombres tomados de mis versos.

Yo, que he cantado la máquina y a Inglaterra,
acaso, simplemente,
en el más común de los Evangelios,
soy el decimotercer apóstol.
Y mientras mi voz obscenamente ulula
hora tras hora, días enteros,
Jesús Cristo, quizá,
aspira el olor del nomeolvides de mi alma.

DENISE LEVERTOV en castellano: ESPERANDO

DENISE LEVERTOV en castellano: ESPERANDO: Estoy esperando. En los bancos, en los rincones de las salas de espera de la tierra, junto a árboles cuya savia sube y sube a escapar e...

alta marea

Alta marea



Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor
... las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través de las piedras
sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el furor
de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas
los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto
con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles de
la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles o
enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo

Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma de los
días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas
insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro
cielo en otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal como un
enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo
marítimo con el desplomado trono de las olas y el árbol
de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo
desesperado como una fiesta en su huracán de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca de las
aguas y de los campos con las violencias de este planeta
que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus brazos
como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta y el
cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que
acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y
a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan.

Enrique Molina

de sibilas y pitias: cada mujer es una puta

de sibilas y pitias: cada mujer es una puta: Lesbos ¡Maldad en la cocina! Las papas se quejan. Todo es Hollywood, sin ventanas, la luz fluorescente palpitando como una terrible mi...